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Un montículo de piedras. Una conversación representada por una sola voz en off y proyectada, a su vez, en un cartel luminoso suspendido en el espacio. Una luz tenue que entra por un costado. Todo está contenido en una caja —escenario— de madera clara. “¿Estás ahí? / Sí, acá estoy”, se escuchan —y se leen— los primeros parlamentos.
Inicialmente, entonces, avanza el diálogo que se deriva en pequeñas anécdotas, miedos, experiencias y deseos de proporciones cotidianas e intensidades humanas. Luego, un grupo de cuatro actores recorre un camino análogo al de la charla en off. Lo ordinario y lo personal —ese paisaje de encuentros, desencuentros, comunicaciones más o menos logradas, vagos recuerdos, historias de amor y desamor, preguntas, conjeturas y pequeñas iluminaciones— se irá expandiendo hacia el relato de Jesús y sus discípulos, hacia sucesivas representaciones —como tableaux vivants— de famosas pinturas épicas copiadas de un viejo calendario, hacia danzas entre mínimas y frenéticas alrededor de las piedras. Grandes y pequeñas, livianas y pesadas, acumuladas en una pequeña elevación, dispersas en el espacio o alineadas a los costados de la caja, las piedras se transforman en testigos mudos e inmutables de aquellas voces y aquellos cuerpos, pero también en entidades lejanas y misteriosas ante la mirada del espectador.
La puesta en escena de Agustina Muñoz, así como la performance de los actores (Vladimir Durán, Rafael Federman, Denise Groesman y María Villar), resulta un trabajo sensible y profundo sobre el tiempo y las formas de hacerlo inteligible como relato, de volverlo presente a través del recuerdo, de transitarlo como experiencia, de atravesarlo como pérdida, de medirlo como breve lapso de una vida o como largo aliento de la historia; pero también de intuirlo sagrado, natural, geológico, poético.
Con la escena vacía, el letrero luminoso suspendido en el aire pregunta en silencio: “¿Cuántas luchas compartidas hacen ‘una generación’? / ¿Cuántos restos, ‘una civilización’? / ¿Existe algo parecido a un destino compartido?” Las preguntas —como indican las didascalias en el texto de Las piedras— quedan flotando en el escenario. También en la imaginación del espectador.
Las piedras, dramaturgia y dirección de Agustina Muñoz, Centro Cultural San Martín, Buenos Aires.
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