Correo de lectores

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Respuesta a correo de lectorxs. A propósito de la reseña de Francisco Bitar de Ideas diversas de César Aira

En pragmática, el tema es lo conocido, aquello que será objeto de comentario. En la oración, está ubicado a la izquierda, a punto tal que, de tanto correrse, puede ascender en el texto, hasta el título. Todavía más: el tema puede seguir retrocediendo hasta salir de escena, del libro incluso, tomando una forma tácita, en una anterioridad total. Ese sujeto tácito, que desubjetiva a quien lo predica, gobierna desde afuera la literatura de tema.

En su viaje permanente a lo ya dicho, la literatura de tema se separa de lo dado tan poco como sea posible hacerlo, evitando así lo desconocido. La literatura de tema ya está toda dicha, y si vuelve a inaugurarse con cada libro es para volver a inmolarse otra vez, de modo que el tema siga viviendo.

Para hacerlo efectivo (para proscribir lo desconocido), la literatura de tema lucha por reducir el problema de la escritura. En los parajes de la escritura, que se practica en el vacío, fijando el azar a cada palabra, el lector y el narrador averiguan lo mismo en el mismo momento, aunque separados por el hiato más o menos abierto de la lectura; el libro leído permanece como testimonio de ese descubrimiento, de ese no saber conjunto, bajo el aspecto de un proceso.

En la literatura de tema, el narrador sabe antes que el lector y condesciende a decírselo, nunca a escribirlo. Por su parte, el lector no viene aquí a suspenderse sino a confirmarse: lo mismo que el escritor de tema, el lector ya sabe lo que vendrá, y vuelve una vez más a beber de las aguas de la identificación.

Así como la literatura de tema nunca sale de escena sino que muda de apariencia bajo el imperio de las modas culturales, la escritura siempre vuelve para ponerla en evidencia. Pródiga en la incomodidad (de Borges a Babel, pasando por Literal), la literatura argentina se renueva cada vez en la escritura, y cada tanto, cuando la doxa del tema se vuelve opresiva, pone en marcha otra vez su operativo retorno. Pero allí donde las modas culturales, al estar siempre presentes, ofrecen cada vez los mismos productos, cambiando nada más que el rotulado, la escritura, al volver, arroja una serie de experimentos todos distintos: briosos, extraños, opacos, insoportables, sorprendentes.

A los libros de tema del pasado, incluso del pasado inmediato, es imposible mencionarlos, mucho menos probable es aspirar a hacer una lista: nadie los recuerda. A los libros de tema de hoy, que no sé cuáles son, tampoco hace falta nombrarlos: nadie los recordará.

Francisco Bitar, 10 de junio de 2024

A propósito de la reseña de Francisco Bitar de Ideas diversas de César Aira

Estuve leyendo tu reseña del libro de César Aira. ¿Podrías dar un ejemplo de literatura de tema y literatura de idea? Gracias.

Orlando Speranza, 1 de junio de 2024

 

Respuesta de Francisco Bitar.

Respuesta a correo de lectorxs. A propósito de la reseña de Agustín J. Valle de El cultivo de los gestos, de André Haudricourt

Se publican dos correos de lectorxs porque la revista tuvo el tino de poner coto, pero en realidad llegaron, a dos semanas de publicada la reseña, cuatro correos en las mismas veinticuatro horas diciendo lo mismo y con una carga de agresión muy elevada, más incluso a mi persona que al texto (con agravios que convierten términos de alta relevancia histórico-política en comodines para el hating virtual). Podrían haberme escrito de maneras muy, pero muy diferentes. La agresión personal no hace pensar ni revisarse a nadie; su única función posible es causar dolor, miedo, censura.

Hay por supuesto un histórico ninguneo a las mujeres y disidencias, en el que debo haber incurrido distintas veces en mi vida de una u otra manera. Pero no esta, no es el caso. Lamento, por supuesto, y puedo entender, que haya quienes lo sintieron así. Pero sostener —con semejante saña— que le robo ideas a Bardet es algo tan lejano a la realidad como lleno de mala fe, o como mínimo, una equivocación grave producto de cebarse en patota (val flores, a vos te pareció “evidente” algo que no es así). Yo vi la publicidad del libro en Facebook, me interesó, lo compré, leí a Haudricort alucinado por sus planteos y quise escribir sobre ellos, con tres objetivos: a) inscribir más hondo en mí lo que me hacía pensar; b) difundir algo que me parece valioso y útil, en un medio como Otra Parte, que es movido por el puro deseo de sus participantes; c) ayudar con un granito de arena a una editorial independiente argentina. Leí desde el deseo, y asimismo escribí, en un espacio donde las reseñas deben ser cortas. Jamás se me pasó por la cabeza que, al reseñar un libro, pudiera alguien sentir que ninguneo a la persona que dirige la colección. Me sería posible expresar un lamento de manera más sentida y simple si me hubieran interpelado sin agredirme.

Leí a Haudricort enamorado y entendí que Marie Bardet (doctora en Filosofía por París 8, directora de la colección donde se enmarca este libro, investigadora en Conicet) acompaña cada texto que edita en la colección con uno suyo posterior y más breve, donde comenta el texto principal; me parecía que ofrecía generosamente autores “raros” a lxs lectorxs argentinxs. La propia editorial Cactus había publicado en su Facebook un fragmento del texto de Bardet presentándolo como “el epílogo de Marie Bardet a nuestra última novedad de la Pequeña Biblioteca Sensible, EL CULTIVO DE LOS GESTOS, de André Haudricort…”. También publicó el texto de Bardet presentado como epílogo del libro de Haudricort el blog de Eterna Cadencia, hace mucho, pero esa potente entidad de la cultura libresca argentina no recibió la reacción que recibí yo. Más: en la página de Cactus de este libro, hay un “Acerca del autor” donde se habla solo de Haudricort. Y cuando se publicó la reseña, la editorial Cactus la publicó en Instagram, diciendo: “Gracias a @agustin_j_valle por su lectura amiga del pequeño sensible EL CULTIVO DE LOS GESTOS, de André Haudricourt”. ¿Por qué entonces ahora esta reacción donde cuatro personas me atacan —simultáneamente y aduciendo lo mismo— en nombre de otra?

Reivindico, en general, el derecho a una experiencia de lectura y difusión cultural no obediente a los mandatos institucionalizantes, periodísticos, academicistas o epocales; cabría pensar sobre este asunto seriamente, armando una interlocución más interesante y habitable. Por lo demás, huelga decir que el goce por prejuzgar y agredir entre varixs, la pulsión policíaca, puede presentarse con cualquier discurso o ideología (de hecho es inevitable que en todo movimiento multitudinal de la historia haya algunas derivas así), y que ese modo de la violencia, del que nada fértil puede surgir, se ve muy propiciado por el facilismo de la vida virtual, y su racionalidad mediática desesperada por llamar la atención (como panelista televisivx: cuanto más agresivamente, mejor; y acá pienso sobre todo en Silvio Lang). Me parece lamentable; pero también lamento, como decía, que haya habido gente que se sintió mal por mi reseña, y puedo entenderlo en el marco de la injusticia histórica y sus abiertas heridas. Mi intención estaba hecha sólo de entusiasmo; compré el libro, escribí para difundir un material que me encantó, movido sólo amorosamente.

 

Agustín Jerónimo Valle, 13/3/2021.

A propósito de la reseña de Agustín J. Valle de El cultivo de los gestos, de André Haudricourt

La reseña de Agustín J. Valle sobre El cultivo de los gestos, de André Haudricourt, es un claro y penoso ejemplo de una política patriarcal y heteronormativa muy activa y feroz de cómo se desaparece a las pensadoras de la producción teórica y literaria. Dicho libro se compone de dos partes, “El cultivo de los gestos” que corresponde a un texto de Haudricourt, y “Hacer mundos con gestos” de la filósofa y bailarina Marie Bardet, que lee a Haudricourt desde un materialismo entre gestos. Es decir, varios de los aspectos señalados por el autor sobre la “sustancia conceptual” que posee ese pequeño volumen, son los trazos lectores que elabora Bardet no en un epílogo, sino en un texto que ahueca las entrelíneas de Haudricourt desde una posición feminista. Esa mención que hace Valle en el último párrafo sobre “los gestos (por sobre los artefactos o las instituciones) como núcleo de información sobre ambientes existenciales en su integralidad (¿materialismo gestual?)”, es una clara citación a Bardet pero a través de la borradura lisa y llana. Justamente es Bardet quien plantea un “materialismo entre gestos” en dicho texto, que Valle en su reseña pone en suspenso usando los signos de pregunta y lo ubica apenas como una mera aclaración conceptual mediante el uso de los paréntesis.

A propósito de «Ante el dolor de los demás», de Graciela Speranza

Graciela, tu texto es brillantemente lúcido, abarcativo de toda nuestra contemporaneidad. Ya desde el título, “Ante el dolor de los demás”, libro de Susan Sontag, hay una coincidencia, fue el título de la muestra que realicé en 2017 en la Pontificia Universidad Católica, UCA, Pabellón de las Artes. También quería decirte que si mi lenguaje no fuera la pintura y las artes visuales, tu nota me genera tal empatía, que sin duda lo haría mío.

Diana Dowek, 21 de septiembre de 2020.

A propósito de la reseña de Mariana Lorenz sobre «¿Por qué preferimos la desigualdad?»

Interesante y con muchas aristas la reseña de Mariana Lorenz al libro de Dubet. Ya que estamos: sin buscarlo (supongo), proporciona(n) pistas útiles para razonar lo que ocurre en/con Inglaterra.

 

Alberto Silva, 27 de junio de 2016.

A propósito de la reseña de Hernán Sassi sobre «La amargura metódica», de Christian Ferrer

Leí la reseña del libro de Ferrer sobre Martínez Estrada. Me pareció muy buena. Conozco bien el libro y comparto las aristas críticas que subraya Sassi, lo que no obsta para que lo estime valioso en más de un aspecto. Sólo agregaría como objeción lo siguiente: el lector curioso interesado en dar con los textos de los que el autor ha extraído las innumerables y oportunas citas (tanto del propio E. M. Estrada como de muchos de quienes lo conocieron personalmente o bien estudiaron su obra), no cuenta con la menor indicación de dónde buscar: en las más de 600 páginas de su obra el autor ha evitado sistemáticamente toda nota al pie que fuera de utilidad a tal efecto. Me pregunto si acaso entendió que condescender a la elemental cortesía de incluir tales notas implicaba dar a su texto un aire “académico” —adjetivo que no parece capaz de usar en un sentido no peyorativo.

 

Sergio Sánchez, 1 de mayo de 2015

A propósito de «El Salón del Libro de París y algunos berrinches», de Marcelo Cohen

Rectificaciones: por diferentes vías se me hizo notar que en mi nota de la sección Discusión del jueves 6 de febrero incurrí en inexactitudes y negligencias informativas. Por reparación de los perjudicados, entre otras cosas, quiero rectificar. Clarín se apropió de y editó a su manera las declaraciones que Beatriz Sarlo en realidad hizo a una periodista de Infobae y reprodujo verbatim en La Nación. (Y es verdad que Sarlo siempre se ha negado a viajar a encuentros internacionales a cuenta de instituciones oficiales, nacionales o porteñas). El detallado comentario de Martín Caparrós sobre el asunto Salón del Libro de París, groseramente podado por Clarín, puede leerse en toda amplitud en su blog. No es cierto que Damián Tabarovsky y Martín Kohan hayan usado –como escribí– sus respectivas columnas habituales en Perfil para hacer precisiones y declaraciones; las escribieron en otras columnas, ad hoc, a iniciativa del editor del diario; en el caso de Kohan, para refutar información falsa que había difundido TN. (Por supuesto, en este mundo nadie puede desconocer que cada declaración de una persona pública propaga incontrolables olas en todos los sentidos; del oleaje del caso trataba mi nota).

Marcelo Cohen, 10 de febrero de 2014

Sobre «A propósito de Jaime Durán Barba y su elogio a Hitler», de Diego Peller

La cuestión podría conectarse con la frase de Karlheinz Stockhausen acerca del atentado contra las torres gemelas (y contra quienes estaban adentro de los misiles, en este caso aviones comerciales) diciendo que había sido "la obra de arte más grande jamás vista". En todo caso, "espectacularidad" en sí, o como elogio. Y, en relación con la nota de Peller y la relación entre espectacularidad y arte, podría pensarse que la primera no siempre es condición necesaria pero jamás es suficiente.

Diego Fischerman, 28 de diciembre de 2013

 

A propósito de la reseña de Federico Reggiani sobre «¡Marc!», de Osvaldo Lamborghini y Gustavo Trigo

La nota de Federico Reggiani en torno a la publicación de ¡Marc! (historietas de Lamborghini y Trigo) es al mismo tiempo audaz y desinformada. Audaz: porque habla de cierta "ceguera" fundando esa no videncia en que, además de Novelas y cuentos y Poemas, no se publicó un volumen de historietas, lo cual podría rozar a César Aira, gracias a quien todos leímos a Osvaldo Lamborghini. Y desinformada: las historietas estaban dispersas, había que buscarlas. Yo las encontré, creo, casi todas. De hecho, esta edición es asaz incompleta. Adicionalmente, estos muchachitos marplatenses no son campeones de la buena fe.

Para terminar: la edición no es "muy cuidada", como dice el buen Reggiani, al contrario, es pésima. Haberla hecho en formato 20 x 14 reduce el tamaño de los cuadros (que en su mayoría salieron en formato 20 x 28). La "restauración gráfica", por fin, es amateur y descuidada. Saludos cordiales

Ricardo Strafacce, 9 de agosto de 2013

 

Estimado Ricardo:

Me cuesta un poco intervenir en una polémica (aún en una polémica modesta como la que nos ocupa) cuando no entiendo del todo los cuestionamientos.

Cuando hablé de ceguera, pensaba en Sudamericana, no en César Aira (aunque, de haber sido Aira el que “no vio” las historietas, ¿cuál sería el problema? Los escritores que admiramos no tienen el don de la infalibilidad).

No encuentro muchas otras razones para explicar por qué Sudamericana no editó ¡Marc! como parte del canon de Lamborghini, salvo la incomodidad que todavía produce la historieta entre los editores de literatura. La existencia de ¡Marc! es muy conocida desde hace décadas (aparece nombrada y celebrada en la Historia de la historieta argentina de Trillo y Saccomano de 1982): no se trata de un hallazgo tan sorprendente como el de tantos otros textos de Lamborghini recuperados en Novelas y cuentos, en Poemas, en Tadeys y en su biografía.

Sí resultan un hallazgo el resto de las historietas que O.L. publicó en las revistas de Record: si se me disculpa el impudor de autocitarme, recuerdo que las celebré hace cuatro años en Hablando del Asunto. (De paso, entre los comentarios a ese artículo un lector que no conozco habla de una historieta publicada en Tit Bits, que no he tenido la paciencia de rastrear: ojalá exista).

Así que no me parece que haya estado desinformado –una de mis fuentes fue Ricardo Strafacce– y sigo pensando que hubo una ceguera editorial que hizo que Sudamericana entregara las historietas de Lamborghini a una pequeña editorial de Mar del Plata.

En cuanto a la edición en sí: coincido en que hubieran sido preferibles unas “historietas completas” antes que un ¡Marc!, pero lo que editaron fue ¡Marc!, entiendo que completo. No estoy al tanto, por suerte, de las miserias que pueda haber detrás de su acusación de mala fe a los editores, porque no los conozco. La edición me parece cuidada, aunque bien pude dejarme llevar por el entusiasmo de tener en las manos un libro que hacía mucho que quería leer. Es que la edición de Sudamericana respeta el tamaño original, reproduce mejor los materiales, incluye datos de publicación más completos y reúne la totalidad del corpus historietístico lamborghiniano, pero tiene el defecto grave de la inexistencia.

Saludos cordiales

Federico Reggiani, 10 de agosto de 2013

A propósito de «¿Soberanía o concesión? Sobre el pabellón argentino en la Bienal de Venecia», de Claudio Iglesias

Estimado Claudio: Leyendo su comentario muy interesante, me sorprende y lamento mucho que no le haya llegado información fundamental para lo que escribe, la obra que hice sobre Eva Perón la hice y la pagué yo con mis propios recursos. Fue hecha para el CETC del Colón pero por la burocracia del lugar, decidí no mostrarla y luego la reformulé para otros museos pero no tenía confirmación ni fecha de exhibición, así fue como desde el 2010 que estoy trabajando en esto. La gente de Cancillería se enteró de la existencia de mi obra para fin de año del 2012 (no tenían ni la más mínima idea de qué iban a mandar!!!), en diciembre todavía no se habían decidido y me confirmaron el 6 de marzo, apenas con el tiempo que ya no era suficiente para organizar el traslado y el montaje. Ese es el gran problema, que a un artista le tiran una tremenda responsabilidad con tres meses de anticipación y sin adelantar ni un centavo, y me usurparon el catálogo que es una vergüenza, y dos días antes de la inauguración, tipo operativo comando, instalan el cuartito de los vídeos oficiales. No es una obra por encargue ni soy adepta al gobierno, podría serlo porque mucha gente lo es, pero no. El maltrato a Adrián Villar Rojas proviene de la misma gente y va a volver a suceder. Espero que entiendan eso y hagan algo. Yo sólo quería dejar en claro que no estaba de acuerdo ni tenía nada que ver con eso. Yo estaba cumpliendo con mi responsabilidad, mi trabajo y mi sueño de mostrar en la Bienal de Venecia, aunque todos tengamos la culpa del gobierno que tenemos y de las cosas que pasan, si se discutiera lo importante para que no vuelva a suceder, si la persona responsable fuera eliminada del circuito de la cultura, eso sería un gran paso adelante. Sólo quería que supiera esta información, es una pena que esté tan mal informado. Ah! me sorprende que una doble página en La Nación le resulte tan valiosa y la dOCUMENTA 13 y MoMA los considere como un premio consuelo! Está muy equivocado!!! No le pudo ir mejor a este chico!!! Saludos Nicola Costantino, 12 de julio de 2013

A propósito de «Sobre la figura del arrepentido», de Alejandro Rubio

Me costó encontrar materia sólida en la reseña de Rubio, ¡tanta es la espuma que destila! Hasta que, dándole vueltas, veo pasar delante mío, como sombra helada, una nueva versión de teorías que sólo se afirman a base de negar cualquier otra. Algunos (por ejemplo) plantean razonablemente que algún día, digo yo, habrá que dirimir responsabilidades. De ninguna manera es necesario dar por bueno el libro de Leis para sentirse molesto con la prosa de Rubio. ¿Acaso es anatema aceptar como verosímil que, al menos en parte, se está haciendo un uso sectario del pasado reciente? Estamos todavía lejos del temple necesario para “comparar memorias”. Al menos no sigamos viviendo en el limbo de la auto-exculpación.

Alberto Silva, 30 de junio de 2013

 

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El desdén por la corrección política y por el patrimonio técnico o profesional de ciertos términos es una rebeldía contra el control verbal, núcleo de todas las opresiones. Pero no porque reivindique el uso libre de las palabras (en toda su amplitud semántica) uno va a negar la aureola de connotaciones que les da el variado discurso social. Arrepentido, el participio con que Alejandro Rubio califica a Héctor Leis, hace pensar en perdón, contrición, remordimiento y otras nociones religiosas, que Leis parece no menospreciar. También tiene una larga tradición jurídica que, dicen los especialistas, se remonta a Jeremy Bentham. Personalmente empecé a leer arrepentido en la prensa a raíz de los juicios a los terroristas italianos de los ochenta y luego a capos de la mafia. Más tarde siguió apareciendo a menudo en relación con el narcotráfico, y en Argentina entró en alza hacia 2000 a raíz del asunto Banelco y el revelador Pontaquarto. En el campo legal, un arrepentido es un sujeto que da información a cambio de una posible reducción de pena. El que dice –más si es un poeta tan perspicaz como Rubio– que un ex combatiente crítico con su acción y la de las organizaciones armadas de los setenta es un arrepentido (cosa que en cuanto a él Leis ha negado explícitamente), está sugiriendo varias extensiones; entre otras: informante, negociador, ex delincuente, voluble, renegado, cristianucho, incluso apóstata. Tal vez es eso lo que quiso Rubio, precisamente; poner a Leis en un pantano de significaciones. A mí esto me parece menos socarrón que chicanero. La condena por deslizamiento semántico (aun si, como en este caso, hay una autoinculpación), no sirve para profundizar en las discrepancias y está muy ligada a procedimientos que desde hace más o menos siglo y medio han llevado los sueños de un mundo menos infame, o de otro mundo, a la desilusión, el fracaso y/o la derrota, y a cantidades de militantes veraces a la desgracia. (Será por eso –una memoria histórica, ya que estamos en el clima– que a tantos militantes o aliados nos subleva, por ejemplo, la advertencia de “no hacerle el juego al enemigo”). Pensando en la vida futura, no estaría nada de más sostener un estilo mientras la derecha erizada se prende a las críticas de los liberales republicanos (como los miembros del Club Político Argentino) al gobierno y a los movimientos que lo apoyan para acusarlos guarangamente de despotismo, nazismo, estalinismo, lo que venga. En una cultura en que tener suerte es tener el culo roto e hijo de puta puede ser un elogio, en que los asnos de la comunicación espectacular peroran sobre el fascismo, no es poco lo que se juega políticamente en los matices del sentido.

[Una aclaración. Como saben los que las vienen siguiendo, ni Otra Parte en papel ni este Semanal han tenido nunca editoriales. Tampoco queremos, en honor a la diversidad y el interesante curso del tiempo, que los temas que se tratan en las secciones se eternicen en artículos de réplica y contrarréplica. Por eso existe este correo, y por eso eventualmente, aunque sea poco ortodoxo, los miembros de la revista nos permitimos escribir una carta.]  

Marcelo Cohen, 4 de julio de 2013

 

Alejandro Rubio llamó arrepentido a Héctor Leis. Es falso que Leis sea un arrepentido, como deja claro Marcelo Cohen en su respuesta a Rubio. Sin embargo, pareciera que Cohen no puede evitar pronunciarse políticamente y elevar su cuestionamiento a Rubio a una moraleja del buen kirchnerista. Dice esto, en relación con el cuidado del léxico: “Los asnos de la comunicación espectacular peroran sobre el fascismo”. El mismo día en que lo dijo, ¡ay!, Guillermo Moreno increpó a dos periodistas (los asnos) de Clarín (la comunicación espectacular), porque le habían preguntado por la política de precios, al grito de: “Identifíquese” y “Ustedes tienen las manos manchadas de sangre”. ¿Si esto no se llama fascismo cómo se llama? ¿Hasta dónde puede extenderse el arte de buscar “los matices del sentido” de los que habla Cohen? No se trata de matices. Se trata de no mentir. Leis no es un arrepentido. Moreno es un fascista.

Eugenio Monjeau, 5 de julio de 2013

 

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A propósito de la reseña de Marcelo Cohen sobre «Bending Bridges / Mechanical Malfunction», de Mary Halvorson

Pequeña corrección a la nota de Marcelo. Jessica Pavone es violista y no cellista y el dúo a veces anda por el lado del folk pero, en ocasiones, circula por carriles más experimentales –e indefinibles. Abrazo.

Diego Fischerman, 24 de junio de 2013

 

Diego, agradezco la precisión sobre Jessica Pavone: poner violonchelista por violista fue un despiste que, por suerte, ahora que está reparado no va a afectar a los lectores. En cuanto a la música del dúo con Halvorson: como las reseñas obligan a sintetizar, opté por parafrasear las definiciones de Spencer Grady en el sitio de la BBC (“montaje de folk de cámara mutante”), Nate Chinen en el New York Times (“amalgama de rock experimental, folk y música de cámara) y de la propia Halvorson, que en una entrevista para el sitio Spectrum Culture, cuando Rodger Coleman le pregunta si lo que hace con Pavone es “una especie de música de cámara folk-rock”, responde que, bueno, bien puede decirse que es eso. A mi oído le pareció que la pegaban bastante.

Marcelo Cohen, 27 de junio de 2013

A propósito de la reseña de Evelyn Galiazo sobre «Derrida», de Benoît Peeters

Evelyn Galiazo, en su reseña de la biografía de Derrida, reconoce que el autor consiguió "producir una herramienta necesaria y además entretenida", pero observa que "carece del misticismo y del amor que el biografiado inspira en sus lectores". Lo del misticismo me recuerda a esos términos del periodismo deportivo que, como la "actitud" que se le reclama a los jugadores de fútbol, son de una vaguedad que bien le cabe a la cocina, a una biografía de Derrida o a una empresa de calzado deportivo. En lo que respecta al amor, parece un reclamo de una presidenta de club de fans. Creo que como el autor ha señalado, encaró su tarea con gran pasión y fundamentalmente con un compromiso con el filósofo que le permiten, con la perspectiva adecuada y un relevamiento impecable de las fuentes, recuperar y desplegar el marco en el que "nacieron muchas de las ideas más potentes de la filosofía contemporánea".

Horacio Zabaljáuregui, 3 de junio de 2013

 

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La brevedad de una microreseña exige un grado de concisión que obliga a obviar ciertos presupuestos, sobreentendidos para el especialista pero tal vez menos evidentes para lectores poco familiarizados con determinado autor. Aclaremos, entonces, que tanto el misticismo como el amor son dos categorías filosóficas fuertes de la obra de Jacques Derrida. El primero de estos conceptos, que se inscribe en la estela de una vieja preocupación por las teologías negativas, es una de las claves fundamentales para comprender el mesianismo derridiano al que tantas páginas le dedican en la actualidad los teóricos de la filosofía política. Por otra parte, y dicho sea de paso, no olvidemos que “amor” es uno de los componentes semánticos del término, heredado  de la época clásica, con el que todavía hoy seguimos designando esa práctica compleja que llamamos “filosofía” a falta de otro nombre mejor. Lejos de ser una categoría sentimental, para Derrida, el amor –como también la justicia– constituye el modo en que nos relacionamos con el otro, siempre inaprensible, en su absoluta alteridad. Por eso, como dice él mismo en una entrevista de 1992, “La deconstrucción no va nunca sin amor” [J. Derrida, “Le presque rien de l’imprésentable” en Points de suspension. Entretiens, choisis et présentés par Elisabeth Weber, París, Galilée, 1992, p. 89].

Evelyn Galiazo, 5 de junio de 2013

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A propósito de la reseña de Lola Linares sobre «Musical Diary», de Esteban Insinger

Conocía el proyecto, laborioso y épico de Insinger, pero gracias a esta excelente reseña de Lola Linares (que explica muy bien en qué consisten los caminos musicales en sí) me surgieron el siguiente par de comentarios y asociaciones libres. Aquí van: el primer comentario tiene que ver con el género “Diario personal”. Como bien dice Lola, Insinger hace pública parte de una actividad que es cotidiana, del orden de lo íntimo, lo privado. La música, solamente instrumental, colabora con la idea de que se trata de un viaje subjetivo. Por eso mismo me pregunté y te pregunto (a Lola o tal vez al propio Insinger, si quiere contar), qué ocurre durante la escritura del diario con el “afuera”, con lo público. Venimos de una larga historia en la que a la música, como arte autónomo, se la pretendió ubicar un poco fuera de este mundo. A modo de prueba, me fui a escuchar qué compuso Insinger el 22 de febrero de 2012, que fue el día de la tragedia de Once. Me encontré con una obra de tiempo lento y lúgubre. Fui a escuchar la de los dos días previos y el tono no me pareció el mismo. ¿Coincidencia? ¿Reflejo de cómo el afuera puede modificar el ánimo del adentro? La asociación viene por el lado de la literatura. Pablo Katchadjian viene de publicar “La cadena del desánimo” que es el producto de la lectura diaria de los diarios argentinos, entre el 12 de marzo y el 6 de diciembre del año pasado. El texto es exactamente un anverso de los textos de Insinger: son todas citas públicas, tomadas de los diarios. Un gran collage montado a partir del montaje cotidiano realizado por la prensa gráfica nacional.

Martín Liut, 5 de mayo de 2013

 

Martín, gracias por tu comentario. No sé si entiendo el punto pero de alguna manera lo que decís me hace acordar al planteo de la sociología de la ciencia, obviamente llevado al terreno de una obra de arte. Me parece interesante pero a la vez me resulta una reflexión muy amplia. En cuanto a la propuesta de Insinger, pienso que el imaginario incierto que genera, es parte de la obra. Pero si querés saber lo que me pasa a mí con este tema… sinceramente, más allá de mi formación académica, me resulta inevitable concebir la música como algo condicionado por fuerzas inciertas, metafísicas y planetarias… Claro que esto incluye la influencia de acontecimientos sociales. Por supuesto.

Lola Linares, 6 de mayo de 2013

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