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“Delirante” y “apocalíptica” son dos de los adjetivos que, según la contratapa, le caben a Chabrancán, la novela más reciente de Pablo Baler, quien además de narrador y ensayista, es docente de literatura latinoamericana en la Universidad Estatal de California. Elsa Drucaroff y D. W. Foster, los lectores que proponen aquellos rasgos, aciertan.
Graciosa por un chispeante registro del habla porteña contemporánea; episódica por los saltos que da la trama entre varios escenarios, tiempos y personajes —Ezeiza, Pampa de Achala, el mar; el año 1630 o una enunciación del presente; Otis, el doctor Pafundi y F. de Baroja—; diestra en la invención de un elenco secundario —Anchoíta, el mozo; Gutiérrez, el ejecutivo del canal; el staff del “Waikiki” y algún que otro taxista—, y lúbrica y sensual por su repertorio anatómico, amatorio o decididamente porno —la referencia sexual es a veces directa y procaz, y otras oblicua o sugerida—, Chabrancán es sobre todo delirante y apocalíptica. A la par o incluso por encima de un flujo narrativo que encadena un descubrimiento arqueológico en Mar del Tuyú, un flechazo erótico, una huida y un extravagante culto cristiano afincado en las sierras de Córdoba en cuya liturgia se incluyen nebulizaciones, azotes, empanadas y vino, la cuota más delirante del relato es quizá la que le imprime Sonia, un personaje cuyo protagónico está al nivel de sus propias fantasías y deseos. Ella es una voluptuosa vedette en decadencia, obsesionada por recuperar un estrellato del que nunca gozó, envidiosa de sus competidoras, frágil y sagaz. Impetuosa, dispuesta, vital y arrogante, con una pústula en la frente que puede ser un cáncer o una bendición, es la estrella de la novela. Es, además, una narradora poderosa, capaz de darle al relato, desde adentro, con sus participaciones y discursos, múltiples oleadas de enviones decisivos, incluso de nombrarlo: chabrancán es una especie de palabra amuleto que ella trae consigo desde la infancia. Lo apocalíptico, y hay un raro virtuosismo en el acercamiento narrativo a cómo sería el fin del mundo —raro porque, aún después de contarlo, pareciera que el mundo no termina del todo—, viene por el lado del “SK38”, o el “socotroco”, un asteroide que vendrá a estrellarse contra la Tierra, según las últimas mediciones, a la altura de Portugal, en un estadio de fútbol ¡repleto de periodistas esperando registrar el suceso! Desde luego, la noticia provoca innumerables contratiempos y rompe y despedaza una Buenos Aires congestionada, ventosa y en llamas. En ese punto, el zapping previo al choque, el estallido y la extinción, que va desde un manicomio de Miami hasta un bar en las afueras de Mumbai, y que repara en una gama diversa de gestos, escenografías, reacciones y discursos frente a la catástrofe, compone un gran mosaico de prosa hábil e imaginación. Un último giro dispone una sobrevida extraña y el reencuentro de los ardorosos amantes del capítulo 7, mientras reubica a Sonia en su podio, expectante frente esa “forma exuberante de empezar a vivir”.
Pablo Baler, Chabrancán, Ediciones Del Camino, 2020, 210 págs.
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