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Frío de Rusia

Ricardo Strafacce

LITERATURA ARGENTINA

Ágil, como arrancada al dictado se brinda esta novela de política apasionada. Novela, sí, apasionada y política (transversal: sin héroes ni mártires, sin programa, partido ni aparato), Frío de Rusia comienza un domingo ya tarde con el encuentro tan fortuito como predestinado de Hardoy, un porteño “agobiado por problemas de amor y de plata”, y Marta González, una docente suficientemente sensual y bastante más idealista, siempre al ritmo y temperatura ambiente de una auspiciosa jornada electoral. Auspiciosa al menos para un sector de la sociedad en permanente riesgo de pauperización simbólica y material, sector acostumbrado al no poder, en definitiva, que proyecta su esperanza en Chacho Lagares, su candidato natural. Y Lagares responde renovando y reponiendo aspiraciones al alcanzar un (relativo) triunfo gracias al discreto pero promisorio porcentaje de votos obtenidos.

Así, en un bar excepcionalmente poblado por vecinos y seguidores, se produce la primera reconversión situacional. Como casi no existen sillas disponibles, Hardoy no logrará mayor ni mejor espacio que el que le ofrece de algún modo Marta González en su mesa. Y sin dejar de definirse completamente el germen como broma o falsedad, se incuba desde ese momento el romance vertiginoso y se encadenan las sucesivas narraciones ordinarias que le permitirán a Hardoy avanzar, mintiendo y desmintiendo su vida y sus fantasías a Marta o a cualquier otro interlocutor (desde el mozo compinche hasta el policía finalmente cómplice y único admirador de la obra de teatro creada para que sólo él pueda apreciarla). Relato sobre relato, conociendo de memoria la cita para jamás tener que recitarla, Hardoy parece aceptar que sólo se cuenta con palabras inexactas para designar algo con exactitud: es brillante su original ejercicio de la distribución legítima de bienes discursivos y algunos otros artificios, fuegos (y juegos) del ingenio.

Fragmentos de discursos amorosos, retazos de idilios políticos y otras piezas de humor bien podrían ser los ingredientes con que se conforma la alternativa que Hardoy, dada la frialdad inherente a su compromiso, no podrá abrazar calurosamente. Al menos no podrá hacerlo por completo: “aunque, por el frío que hace y lo tanto que se quieren, viajan abrazados, no es conversación de amantes”, porque los contendientes, personajes de una obra que Hardoy crea desde cero en tres precisos actos de habla, “se ponen a hablar de política. En realidad, como ya le adelanté, la que habla todo el tiempo es ella, que es la única de los dos que está verdaderamente enamorada”.

Como si por su boca hablara la razón (de su resistencia micropolítica) ya discurre Hardoy, intemperante de la lengua, sin rumbo preciso por la pista del despliegue. Mejor entonces tenerlo presente: en la política y en el amor son escasos los triunfos absolutamente relativos, pero las victorias son por lo general fatalmente posicionales.

 

Ricardo Strafacce, Frío de Rusia, Blatt & Ríos, 2013, 220 págs.

31 Oct, 2013
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