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“¡El poeta no trabaja!”, dijo Gumier Maier en 1996 citando a Rimbaud en una conferencia que, una vez más, ponía en duda la profesionalización del artista y el auge del neoconceptualismo en el mercado global. Como contrapartida, el programa estético y curatorial de Gumier Maier quizás resulte cerrado y local, con un énfasis romántico dado por la figuración de un artista amateur, artesano, decorador e incluso, como un “ama de casa” abocada a las manualidades.
Si bien estas ideas pueden resultar un poco conservadoras, el modelo del artista se desplazó a contrapelo de una coyuntura que —supeditada a las lógicas del capitalismo tardío— proponía la reactualización del arte argentino para una posible reinscripción periférica en las “llamadas” metrópolis culturales. De este modo, la posibilidad del descanso y del ocio —no trabajo— impuso una interrupción en las formas de producción del arte contemporáneo de la época y dio lugar a aquellas prácticas silenciadas por el canon moderno por su doble adscripción degradante: la artesanía y la mujer, par al que podríamos agregar la “subjetividad marica”. En su rol de artista y curador, Gumier Maier se apropió de las trivialidades de las que hacen un “arte rosa light”, que significa no tanto la cristalización de un “arte gay”, sino apelar a un devenir mujer; como dicen Deleuze y Guattari, “emitir partículas que entren en relación de movimiento o de reposo, o en la zona de vecindad de una microfeminidad”.
En la propuesta expositiva para la galería de arte Miau Miau (no hay un nombre mejor para una galería que exhibe las mariconadas de Gumier) en el marco de la feria arteBA 2015, reverberan piezas formalistas de un esteticismo a ultranza, con huellas que atestiguan conexiones con la decoración y sus textiles, el diseño de muebles de jardín, peluquerías de los años cincuenta y sesenta y la arquitectura en su alianza (¿fatal?) con el ornamento. Se trata de un tipo de abstracción que asume un diálogo con el modernismo hasta contagiarlo. Una infección que, al mismo tiempo que se viraliza, sexualiza un discurso —el moderno— construido desde la aparente neutralidad y, como dice Foucault, desde su carácter artificial. En este sentido, al atravesar las escrituras del arte, hallamos marcas sexo-genéricas que han resistido los borrones de la historia y, en este caso, imágenes que incomodaron a la tradición artística y a los abocados a hablar de manera acrítica un mismo lenguaje internacional.
Pero ¿qué sucede en un terreno extremadamente antiartístico como una feria? El ejercicio de mostración resulta tan anacrónico como disruptivo. Ahí, donde “la belleza puede ser acusada de ejercicio frívolo y hasta de complicidad” —como dijo Gumier Maier en 1997—, sus obras se exhiben como una loca perlongheriana, que desde su eterno reposo vuelve para regodearnos con la delicadeza de su andar.
Jorge Gumier Maier, Cabinet, galería Miau Miau, arteBA 2015, 4 – 7 de junio de 2015.
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