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El mayor de los muchos méritos de la serie de Ricardo Piglia y Fernando Spinner sobre Los siete locos y Los lanzallamas no es solamente la recreación precisa que lograron de los nudos de abyección, hundimiento y angustia que definen las pasiones arltianas, sino haber conseguido, en el mismo movimiento, una relectura de sus registros políticos. El universo temático de Arlt está definido por la desesperación y la violencia, pero también por la paranoia hobbesiana, el instinto de clase resquebrajado y resentido, el asedio de la otredad en el contexto de la jungla urbana. Las sombrías fantasías técnicas de Erdosain, los planes conspirativos del Astrólogo, la morbosa y excéntrica ética pseudocomercial del Rufián Melancólico fueron siempre las marcas de traumas íntimos puestos en relación con el medio social. Esas imaginaciones quemadas por la luz artificial del progreso son las que Piglia y Spinner han logrado capturar con un riesgo (siempre artístico y, por lo tanto, nunca coyuntural) inédito para los estándares televisivos nacionales. Frente a las decisiones más o menos cuestionables que siempre marcaron las adaptaciones arltianas —y que van desde el grotesco corrosivo de Torre Nilsson hasta las insólitas marcaciones realistas, naturalistas y tangueras de un sinfín de versiones teatrales ya olvidadas—, deciden ir a fondo y poner al día una tradición obsesiva y patológica en una forma que es perfectamente contemporánea sin por eso renunciar al clasicismo. Esa transversalidad (sumamente arriesgada) combina los propios recorridos críticos de Piglia por la obra de Arlt (que fueron hechos, siempre, utilizando a Borges como guía simétrico y a Massota a la manera de intérprete), con las fantasías retrofuturistas de Spinner, quien hace muchos años intentó una versión cinematográfica de La ciudad ausente a la que habría que volver a asomarse, tal vez por simple curiosidad. El resultado es una “ficción paranoica” implacable en su alejamiento de las señas del medio en el que se exhibe, que nunca suprime o intenta aligerar las implicancias más sórdidas e incómodas del original, y que desde la puesta en escena hace del detalle un estilo en su ajustada, por lo austera y precisa, recreación de época. Aquí hay televisión (argentina, entiéndase) en proporción mínima, y en sus mejores momentos la serie parece una imaginaria enciclopedia técnica (diseñada y luego llevada a la práctica) de las fantasías inventivas que Arlt contagió a algunos de sus personajes, pero que le eran tan propias como su alma retorcida. Con recursos simples y efectivos como esa suerte de back projection en los pasajes en que Erdosain recorre la ciudad preso de sus cavilaciones, los insertos de imágenes y metraje tomados de la época en que transcurre la acción y las recreaciones de cine mudo que sintetizan pasajes enteros de las novelas, es como si los conductores del proyecto hubieran pensado y diseñado la ficción desde un trucaje y una ingeniería que el propio Remo vería con fascinación. Cada capítulo se compone como el ingrediente de una fórmula de rechazo al objeto de culto, a los márgenes de tiempo y distancia que fosilizaron ese canon al que el propio Arlt ingresó por la puerta trasera. Piglia y Spinner lograron deconstruir ese universo de juguetería rabiosa para volver a armarlo con materiales inesperados. Recapturaron la neurosis y la potencia suicida, el entorno hostil del teatro de crueldades arltiano, su ominosidad y malestar, y los volvieron contemporáneos sin ocultar las marcas de origen del pasado. A lo largo de treinta capítulos se mantuvieron lejos de toda concesión y muy cerca de su (nuestro) tiempo. Acercaron la televisión al cine ahí donde ya había literatura y llevaron todo eso a un medio público. Difícil pedir más.
Los siete locos y Los lanzallamas, adaptación dirigida por Ricardo Piglia sobre textos originales de Roberto Arlt, dirección de Fernando Spinner, TV Pública, 2015.
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