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Marcelo Pombo, un artista del pueblo

Marcelo Pombo

ARTE

Rechazo a la abstracción conceptualista del statement, a la burocracia pusilánime de las muletillas catatónicas de lo contemporáneo, a la buena conciencia culposa de las redes globales del arte, a la distancia estéril y cínica de los grandes temas de la historia. A favor del erotismo centelleante de las superficies, de la devoción al milagro cotidiano conjugado en las lenguas bastardas del canutillo, la guirnalda y el moño, de la alegría, fantasía y desconsuelo de las “negras tristes” de un lado y del otro de la General Paz, de la algarabía psicodélica de un pequeño universo cercano, de un localismo militante e irreductible que pregona: “el sexo al gobierno, el placer al poder”. Este mapa de exclusiones y empatías fue trazando el jeroglífico itinerario de Marcelo Pombo al que esta muestra antológica tributa. Hoy su figura se proyecta emblemática en un campo de discusiones que engorda tesis académicas,  alimenta recorridos ensayísticos y nutre la incesante proliferación de papers: la producción artística local en los años noventa.

La exposición curada por Inés Katzenstein recompone los hilos de la producción del artista del “metro cuadrado” a partir de una serie de núcleos temáticos alternados por obras de otros artistas que habitan un fértil terreno en común. Los ejes podrían parafrasearse así: metabolización de la iconografía de los mass media en clave groupie irónica, deseos y fantasmagorías de un adolescente punk gay, alucinación bricoleuse encandilada por Once, realismos fantásticos del conurbano, amateurismo excéntrico vernáculo.

Las piezas, en su mayoría pequeñas, se ven protegidas por una serie de recintos blancos, dispositivo que las sustrae muy convenientemente del hostil entorno arquitectónico de la Fundación Fortabat, marcado por el concreto y el brillo posindustrial del vidrio y el acero. En el interior de estas salas fulguran las pieles satinadas de las pinturas y los objetos, serpentean a su gusto las líneas gráciles de los dibujos —merecen una mención aparte las tempranas imágenes de la estadía paulistana de Pombo a principios de los ochenta, verdadero tesoro para los conocedores de su trabajo—. Aquí el tiempo se ha detenido, el espacio se aquieta al compás de una belleza caleidoscópica y serena.

Jorge Gumier Maier escribía sobre Pombo hace más de veinticinco años: “él ignora los alientos triunfales, la campana de lo histórico en favor de fantasías más cotidianas y mundanas”. Hoy, otra historia, la historia del arte local, se repliega sobre un artista que basó su proyecto en la improbabilidad, en la inclinación libidinal por el espacio de la proxemia, en una tensión nunca cerrada entre el terreno baldío de lo bajo, lo excéntrico, y el anhelo mistificado de una lejana alta cultura. Hoy la pregunta que se dirige al futuro, y al pasado, parece ser: ¿de qué modo comprender sus desvíos y divergencias cuando la reciente construcción de un canon lo cerca? La superficie esmaltada de sus pinturas encandila sin afirmar ni negar.

 

Marcelo Pombo, Marcelo Pombo, un artista del pueblo, curaduría de Inés Katzenstein, Fundación Amalia Lacroze de Fortabat, Buenos Aires, 28 de mayo – 16 de agosto de 2015.

13 Ago, 2015
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