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El artista suizo Thomas Hirshhorn montó este verano en Nueva York un monumento al filósofo y teórico político italiano Antonio Gramsci. La particularidad de la obra (“de arte” para Hirshhorn) es que se trata de un monumento efímero: una construcción de aglomerado en un jardín comunitario de un edificio “de interés social” en el Bronx. La sensación es que todo está fuera de lugar: la grandilocuencia del título respecto de la materialidad de la obra (el monumento se desarma al final del verano), el territorio que ocupa (habitado por población hispana y afroamericana con escaso acceso al arte y a los escritos de Gramsci), las actividades que se desarrollan (conferencias de Marcus Steinweg y Christine Buci-Glucksmann, una radio comunitaria, un taller para niños, sesiones de micrófono abierto para el público, un “Gramsci Bar”), los objetos de Gramsci (un peine, un par de zoquetes de la cárcel, una billetera). Y Hirschhorn, financiado por la Dia Art Foundation, es quien los ubica y relaciona. Ya había hecho monumentos a Spinoza, a Deleuze, a Bataille.
El artista contrató a gente de la comunidad para trabajar en la obra durante los tres meses de exhibición; tuvo el apoyo decidido del presidente y activista del complejo habitacional, aunque algunos vecinos protestaron porque no querían una “villa miseria” en el jardín de su edificio. Algunos críticos lo destrozaron, argumentando que una obra así no ayuda a emancipar a la gente sometida y condenaron el uso del nombre de Gramsci para simular un compromiso. Todo está disponible en la página web de la obra.
Pero el propósito de Hirshhorn no fue hacer a Gramsci legible ni emancipar un conjunto de edificios de Bronx. Cuando una obra se inscribe abiertamente en la política, abre también otros frentes. Quizás la clave esté en la palabra “monumento”. Quien espere alguna representación de Antonio Gramsci, el filósofo encarcelado, se frustrará; sólo hay unas pocas imágenes suyas: en la sala-museo se proyecta la película Los días de la cárcel (Lino del Fra, 1977), algunos de sus libros pueblan la biblioteca. Su figura está siempre mediada por objetos y representaciones; también por su discurso: frases-manifiesto de sus Cuadernos de la cárcel cuelgan, escritas a mano sobre telas o papeles, de la estructura-Gramsci y de algunas ventanas de los edificios del complejo, en inglés y español.
Hirschhorn propone lo político como la inscripción comunitaria; el monumento no conmemora sino que crea un espacio de intercambio transitorio entre sectores que en el mundo “real” nunca se encuentran. La idea no es nueva, pero esta vez, en el Bronx, habilita una experiencia de participación. Gramsci, generoso, cede su protagonismo, y su memoria se actualiza no en la preservación sino en la convocatoria.
Thomas Hirschhorn, Gramsci Monument, Forest Houses, The Bronx, Nueva York, 1 de julio a 15 de septiembre.
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