Otra Parte es un buscador de sorpresas de la cultura
más fiable que Google, Instagram, Youtube, Twitter o Spotify.
Lleva veinte años haciendo crítica, no quiere venderte nada y es gratis.
Apoyanos.
Desde hace más de diez años, Vaca Muerta se volvió un nombre familiar e insoslayable en el lenguaje de los argentinos. No hay discurso económico que la ignore; no hay dirigente político (a excepción de la izquierda) que no apueste a ella y no le rinda pleitesía, no hay publicidad de YPF que no establezca la identificación sin más entre energía y Vaca Muerta, como si se tratara de una misma cosa. Su omnipresencia es tal, que en el momento en que comienzo a escribir esta nota, decido entrar al sitio web de un diario nacional para leer las últimas noticias (se vota/se veta algo importante en el Congreso Nacional), y lo primero que aparece es una publicidad de YPF. Desde arriba, se puede ver una torre de perforación de petróleo incrustada en la estepa, pero rápidamente un zoom sobrevuela y nos sitúa de lleno en una imagen que muestra el contorno del país iluminado. La consigna dice “YPF: Energía Argentina. Energía a la altura de tu energía”. El breve spot se repite una segunda vez y se lo puede ver completo —dura un minuto— en las redes sociales y en las pantallas televisivas desde hace pocos días, donde resuenan términos como “energía impresionante”, “energía inagotable”, lo que dispara asociaciones con viajes, fulbito, automovilismo y “potencia”, más fútbol y, no podía faltar, la imagen —en segundo plano— de Lionel Messi…
Aunque mucha gente no sepa del todo donde está Vaca Muerta, mucho menos qué es el fracking, la asociación inseparable con la energía ya de por sí es buena. Necesitamos energía para vivir, para trabajar, para reproducirnos y seguir siendo un ser-en-el-mundo. Esa es una verdad básica e indiscutible. Sin embargo, el capitalismo neoliberal ha ido más allá de todo límite, subsumiendo nuestro ser-aquí en las bases materiales y simbólicas de un mundo fósil cada vez más frágil y, a la vez, cada vez más ávido de perseverar en su ser. Vivimos en sociedades energívoras, en las cuales nos han convencido de que si deseamos perseverar en nuestro ser —algo que en mucho se identifica con la fetichización de los actuales patrones de consumo—, debemos continuar en esta línea, consumiendo más energía fósil, sin hacernos demasiadas preguntas sobre lo que hay detrás de la extracción de ese tipo de energía ni del rol central que los combustibles fósiles tienen en los procesos de contaminación, de destrucción de territorios y de sobrecalentamiento del planeta.
Vaca Muerta designa una formación sedimentaria depositada en un mar de edad jurásica, en la Cuenca Neuquina, que se extiende unos 30.000 km2, cerca de la localidad de Añelo, en el corazón de la meseta neuquina. En términos más amplios, la problemática que instala Vaca Muerta excede esa formación e involucra un área mayor, la Cuenca Neuquina, que abarca diferentes formaciones geológicas de shale y tight (gas y petróleo no convencionales), un total de 120.000 km2, entre la provincia de Neuquén, sur de Mendoza y La Pampa y norte de la provincia de Río Negro, en la zona del Alto Valle.
En lo simbólico, Vaca Muerta se propone como la promesa eldoradista del desarrollo, una más de las que forman parte indisociable de nuestra historia latinoamericana, cimentada en la creencia de que gracias a la abundancia de los llamados recursos naturales, en este caso, a la existencia de extensos yacimientos fósiles no convencionales, la Argentina tendrá al fin la oportunidad no sólo de autoabastecerse de gas y petróleo, sino también de pagar la deuda externa, de desarrollarse económicamente y de devenir un gran jugador global, una potencia exportadora de hidrocarburos a gran escala.
Poco se sabe del mundo del fracking, de la fractura hidráulica, una técnica muy cuestionada por sus múltiples impactos, utilizada para extraer lo que queda de petróleo y gas (no convencionales) en las entrañas de la tierra; de modo más preciso, lo que queda en la roca madre y que tardó siglos en formarse. En un solo pozo se inyectan a alta presión millones de litros de agua dulce, arena y sustancias químicas potencialmente contaminantes, en una perforación que es primero vertical, para luego ir en dirección horizontal, unos 2.500-3.000 metros bajo tierra, hasta llegar y romper la piedra originaria, para que esta libere —casi en un estertor— las ultimas gotas de petróleo y gas que le quedan. Este tipo de explotación se enmarca dentro de las “energías extremas”, concepto que, según Tatiana Roa y Hernán Scandizzo, “se refiere no sólo a las características de los hidrocarburos no convencionales, sino también a un contexto en el que la explotación de gas, crudo y carbón entraña cada vez más riesgos geológicos, ambientales, laborales y sociales; además de una alta tasa de accidentalidad comparada con las explotaciones tradicionales o llamadas convencionales”.
Este extractivismo fósil se traduce en impactos territoriales no sólo locales, sino también globales, esto es, en emisión de gases de efecto invernadero, y empujan así el cambio climático. Cierto, el extractivismo no es un problema para muchos, sólo para los afectados directos; pero la emergencia climática nos alcanza a todos, no hay modo de escaparse. Y aunque ya tenemos experiencia de sus efectos destructivos a través de los eventos extremos (colapsos climáticos localizados debidos a tornados, inundaciones, incendios, sequías y temperaturas extremas), se hace difícil salir de la zona de confort, de ese mundo fósil de contornos hasta ayer seguros, que prometía infinita expansión; mucho más si el establishment en su conjunto —sostenido por economistas ortodoxos, heterodoxos y ultraneoliberales— ha erigido el Consenso Fósil, basado en Vaca Muerta, en el centro de nuestras expectativas como nación soberana. Este lenguaje hegemónico trae como consecuencia que muchos se vuelven refractarios e indiferentes a cualquier cuestionamiento o debate sobre Vaca Muerta en clave socioambiental. La crítica queda así reducida al círculo del “ambientalismo bobo o falopa”, como escribió socarronamente hace un par de años un periodista multimedios que adscribe al progresismo…
Por eso mismo no es extraño que quienes idearon y coordinaron el proyecto Geonnitus, una instalación audiovisual sobre el fracking —Marina Aizen, reconocida periodista ambiental, cofundadora de Periodistas por el Planeta, y Pablo Schanton, periodista e investigador de la cultura— hayan tenido ciertos inconvenientes antes de dar con una propuesta artística definitiva y hayan buscado cuidadosamente la forma que invite al público a pensar el mundo que hay detrás de aquello que nombramos como Vaca Muerta, lo que se oculta o no se nombra detrás de la palabra fracking. Ese gran desafío es el que abordó con gran talento y excelentes resultados un conjunto de artistas cuya idea primera fue, en palabras de la curadora Florencia Curci, “ir a un lugar, no a confirmar ideas preconcebidas, sino a ponerse a la escucha, sintonizar con las operaciones que están en curso. Observar y absorber las dinámicas del entorno, tanto humanas como no humanas. Desgranar los ensamblajes tecnológicos, biológicos y geológicos, para reconfigurarlos”.
Geonnitus es obra del colectivo multidisciplinario de artistas que formaron a tal efecto Cecilia Castro, Julián D’Angiolillo, Leonello Zambón, Javier Areal Vélez y Florencia Curci, a los que se añadieron luego del viaje dos invitados, Carlos Lescano y Rodolfo Marqués. Contó con la asistencia de un público numeroso y pudo verse durante tres fines de semana de septiembre en Villa Lynch, en la cercana periferia de la ciudad de Buenos Aires. El nombre es un neologismo, “geo” por tierra y “tinnitus”, un zumbido que persiste en los oídos. El grupo viajó hasta Añelo, el corazón de Vaca Muerta, para filmar y grabar en el territorio. El resultado de ese ensamblaje es de una profundidad visual y de un magnetismo sonoro tal que me atrevería a decir que no deja indiferente a nadie. Pero no nos equivoquemos; no se trata de una obra de carácter “artivista”, comprometida con la crítica del fenómeno vacamuertista. La obra tiene el mérito de sumergirnos en una experiencia sonora y visual en la que los grandes protagonistas son el desamparo de la estepa neuquina y el mundo nada bello del fracking. Al entrar en la instalación, el público se encuentra ante una puesta en escena extraña y desmesurada, que pareciera no tener orden: un compresor, una hidrolavadora, cañerías coloridas, dos pantallas y un par de músicos con instrumentos de viento sobre los altos andamios. Luego, comienza la experiencia que dura una media hora, en la cual ingresamos en el mundo sonoro y visual del fracking. Al final, asistimos a una charla breve de algún investigador/a con Marina Aizen (me tocó protagonizar uno de esos diálogos), para ponerle palabras a ese fenómeno tan desconocido como omnipresente, el fracking.
Quisiera subrayar dos de los méritos mayores de la obra. Primero, en tanto instalación, Geonnitus tiene una gran potencia, pues dispara una experiencia envolvente, de gran intensidad. Desde el punto de vista sonoro, las tarimas parecen moverse literalmente por efecto de los sonidos y vibraciones que aluden al ruido aparatoso de los pozos. Podemos imaginar el trépano yendo hacia las profundidades, la alta presión, la fractura de la roca madre e incluso los sismos inducidos que genera la actividad. Las imágenes, entretanto, nos adentran en un mundo de planicies primarias que lentamente se va apoderando de nosotros: largas mangueras bautizadas “anacondas” por los locales, que toman el agua de los ríos para verterla por millones de litros cúbicos en los pozos de fracking; el monótono bombeo de las cigüeñas o guanacos que extraen el crudo; las antorchas que ventean gas metano (uno de los más contaminantes); las pequeñas luces cegadoras de las plataformas multipozos que también trabajan día y noche, las solitarias torres de perforación; los “arbolitos de navidad”, como llaman a los dispositivos que quedan en las plataformas una vez que se retiran las torres, formados por válvulas, carretes y accesorios utilizados para regular el flujo en las tuberías. También podemos ver los nombres inverosímiles de los hoteles de Añelo y, por supuesto, sentir el viento permanente que azota la estepa neuquina (no hay Patagonia sin viento) sobre la imagen barrosa de los basureros petroleros. Siempre hay camiones, más y más camiones, que transportan arenas y químicos, en un desfile interminable, como eternizados en el paisaje. Hay un par de perlas, extramundo —que no tienen que ver con el fracking— que no voy a spoilear. Y finalmente reparamos en que casi no hay gente en esas imágenes; unas pocas apenas, como si el mundo áspero del fracking, ese páramo habitado por comunidades mapuches, crianceros rurales y ahora trabajadores del petróleo, invocara apenas la presencia humana a la cual sin embargo proveen del ADN necesario para esta civilización fósil.
Esa experiencia imponente y al mismo tiempo desoladora de las energías extremas fue descripta como el “maravilloso horror” por la poeta Nancy Huston, originaria de Alberta, Canadá, donde se extraen crudos bituminosos, los más espesos y contaminantes de todos los combustibles fósiles. En 2015 Huston publicó con Naomi Klein Brut: la rue de l’or noir [Crudo: la ruta del oro negro], en el que juega con los varios sentidos de la palabra “brut” o “crudo”: “Este es un texto crudo sobre el mundo de los brutos que las compañías petroleras pusieron en plaza para explotar el crudo”.
Leí ese libro cuando narré mi propia experiencia en Chacra 51. Regreso a la Patagonia en los tiempos del fracking, publicado en 2018, donde indago en clave familiar, nacional y global los contornos de ese mundo surreal. El punto de partida, por el cual hube de tirar del hilo del ovillo, fue una llamada telefónica, en 2011, que me advirtió que en la chacra de mi abuelo, situada en Allen, Río Negro, una localidad donde se cultivan peras y manzanas, asomaba una torre de perforación petrolera. Esa chacra se hallaba —y está todavía hoy— en un limbo sucesorio y era administrada por un primo, que decidió alquilar una parte a una compañía petrolera, sin consultar previamente a la familia. Allí en la chacra 51 nació mi padre y también yo, cuando todo era sólo fruta, acequias y álamos. Ahí comenzó para mí el fracking en primera persona, parte de mi karma familiar, que busqué desentrañar en un arduo y casi novelístico proceso de escritura.
Pero quisiera destacar otro logro de Geonnitus que permite saltar el cerco endogámico y llegar a otro tipo de público. Su magnetismo habilita la instalación de preguntas acerca del fracking, que abren la posibilidad de visibilizar los impactos sociales, territoriales y ambientales silenciados. Casas rajadas, más de quinientos sismos inducidos desde 2018 en Sauzal Bonito. Basureros petroleros sin plantas de procesamiento, que acumulan millones de metros cúbicos de residuos tóxicos contaminando suelo y aire, que se depositan casualmente en zonas donde viven sectores muy vulnerables. Contaminación de agua, aire y tierra que genera impactos sobre la salud, como sucede en la calle ciega 10 de Allen; la disputa por el agua en Añelo, territorio cercado por las anacondas; pobladores que pasan semanas sin agua. Las resistencias de las comunidades mapuches, que vienen denunciando cómo el territorio se convierte en zona de sacrificio. Derrames y numerosas explosiones, minimizados por las empresas. Según el Observatorio Petrolero Sur, entre 2015 y la actualidad, lo que llaman “incidentes ambientales” aumentaron un 137% al ritmo de la expansión de Vaca Muerta, pasando de 863 a 2.049 en 2021.
Pese a estar en el centro de la agenda, pocos vinculan Vaca Muerta con la crisis climática y la necesidad de reducir emisiones, lo que exige quemar menos petróleo y gas. Poco se explica al gran público que, de expandirse a gran escala, Vaca Muerta puede convertirse en una potencial bomba de carbono. Por eso mismo el apuro de políticos y empresarios para explotar Vaca Muerta antes de que sea demasiado tarde. En este contexto, difícilmente la Argentina se transforme en la Arabia Saudita del Sur. Podrá resolverse la cuestión del autoabastecimiento interno, un tema no menor; pero sin agenda de transición energética hacia fuentes renovables, no hay destino feliz ni Eldorado, sólo una peligrosa fuga hacia adelante, en medio del agravamiento de la crisis civilizatoria en todas sus dimensiones. Ya durante los gobiernos de Cristina Fernández, Mauricio Macri y Alberto Fernández nuestro país carecía de tal agenda. Ahora, con un gobierno ultraderechista y negacionista en lo climático, el proceso de saqueo y contaminación a gran escala, no hará más que profundizarse, gracias al Régimen de Incentivo de Grandes Inversiones (RIGI). Y si a eso agregamos que en los últimos años la Argentina viene aumentando la extracción y exportación de petróleo de Vaca Muerta, el discurso oficial sobre el gas como “combustible de transición” ya no tiene lugar. En estos tiempos de oscuridad, hasta sin eufemismos nos hemos quedado.
En suma, Geonnitus como experiencia artística es una obra disruptiva —auspiciosamente, tendrá una nueva presentación en 2025— que dispara nuevas perspectivas e invita a mirar aquello que, en función de una visión eldoradista, todavía permanece en la oscuridad; una obra que propone una vía lateral que lleva a interrogarnos sobre nuestros imaginarios, narrativas y prácticas a la luz de aquello que es silenciado por el discurso oficial; una obra abierta para pensar el fracking como experiencia límite del mundo fósil y destructivo que habitamos.
Imagen: fotografía de Javier Areal Vélez.
En el último Borges —que había mutado de su conservadurismo hacia una especie de utopía ética de la belleza, unida a su experiencia del sintoísmo en el...
“No me entendés”, repite seis veces Thom Yorke en “Don’t Get Me Started”, sexto corte de Cutouts, el tercer disco de The Smile, editado...
Quienes trabajamos en salud mental sabemos que el trabajo de acompañante terapéutico es de los más ingratos. Yo, por lo menos, duré poco. Horas mal pagas, mucha...
Send this to friend