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¿Por qué preferimos la desigualdad? (aunque digamos lo contrario)

François Dubet

TEORÍA Y ENSAYO
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Ya desde su provocador título, ¿Por qué preferimos la desigualdad? (aunque digamos lo contrario), el ensayo de François Dubet intenta llamar la atención sobre una temática a la que las ciencias sociales no han permanecido ajenas: el aumento de la desigualdad. Pero su libro, luego, recorre el problema con argumentos y propuestas renovadores. El análisis parte de un diagnóstico claro: la crisis de las solidaridades, entendidas como el apego a los lazos sociales que nos llevan a desear la igualdad de todos, ha intensificado las desigualdades. La particularidad de la apuesta de Dubet consiste en que entiende que la debilidad de los vínculos sociales explica la profundización de las desigualdades, y son los propios marginados los que participan en la producción de desigualdades. Invocando los preceptos de la igualdad de oportunidades meritocrática, se termina responsabilizando a las víctimas de su propia suerte. Esta inclinación a culpar a las víctimas se fortalece en la medida en que los más desfavorecidos y frágiles se acercan y plantean una amenaza de caída social y desclasamiento, que se transforma en verdadero pánico social.

Históricamente, la solidaridad en términos de integración solía fundarse en tres grandes pilares: el trabajo, las instituciones y la nación. Pero este modelo se ha agotado en la posmodernidad, asegura Dubet, socavado por el neoliberalismo, la globalización, las nuevas tecnologías y el individualismo. En tiempos de fragmentación del trabajo, crisis de las instituciones y desnacionalización de la sociedad, el modelo de la solidaridad ya no se funda en la integración sino en la cohesión social. Mientras que la integración supone valores comunes e institucionales fuertes, el modelo de la cohesión, centrado en el capital social y la confianza, caracteriza a una sociedad civil lo bastante virtuosa como para movilizarse, con relaciones fluidas y armoniosas. El papel del Estado no consiste ya entonces en encuadrar a la sociedad, sino en impulsar a los individuos a actuar de manera solidaria. La solidaridad ya no está acoplada a la gran sociedad, sus funciones y valores: es una producción continua de la vida social. El modelo de la cohesión es así mucho más frágil que el de la integración. Su fuerza simbólica está menos afianzada y parece bastante endeble frente a los retornos (de la religión, de las antiguas instituciones y de los valores) y el desmoronamiento de la solidaridad. En ese marco es preciso pensar una política de la fraternidad.

¿Pero cómo fortalecer los sentimientos de fraternidad necesarios para la búsqueda de la igualdad? En lugar de plantear grandes relatos, propone Dubet, cabe apelar a principios modestos, efectivos y realistas. Para producir la solidaridad, es necesario ampliar la democracia, refundar las instituciones y lograr que los individuos se reconozcan como solidarios, aun antes de aceptarse como iguales y diferentes. La dificultad estriba en que no hay un gran relato alternativo al de las solidaridades perdidas. La construcción de una fraternidad es entonces un trabajo social y político continuo. En una sociedad plural donde las culturas y los individuos esperan que se los reconozca como autónomos y singulares, se vuelve imprescindible construir los espacios y las escenas que permitan decir lo que tenemos en común, a fin de aceptar nuestras diferencias.

 

François Dubet, ¿Por qué preferimos la desigualdad? (aunque digamos lo contrario), traducción de Horacio Pons, Siglo XXI, 2015, 128 págs.

 

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