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Nada descubrimos si decimos que poesía y capital son desde el vamos términos antagónicos: constituyen dos formas alternadas de vincularse con lo que es próximo. El asunto es darse cuenta de cuál de ambas sale primero de gateras, no cuál es la que gana la carrera. La actitud capitalista, la mirada del capital, ese ojo sin párpado que constituye el vértice de la pirámide del billete de dólar, arroja a las cosas al cálculo de posibilidades futuras, a la renta por plazos; dicho de otra forma: todos los entes quedan inscriptos en el tiempo. Por el contrario, la así llamada mirada poética parece celebrar la más honda de las cercanías; eso suele suceder cuando uno es captado por el vacío que anida en el centro de cada cosa, como fuerza gravitatoria. En semejante tao, lo que hay es puro presente y ante él se alza un yo de fuego de niño.
El capital nunca acecha a la poesía, ya bien sabemos las razones por las cuales ella no se vende. De todos modos, no olvidemos que la buena salud del capitalismo se evidencia por el prestigio social que le cabe a la figura del poeta. En verdad, la de cualquier sistema político. La endeblez del Stalin se manifestaba precisamente en la persecución de ellos.
Cosa muy distinta es hacer poesía con el capital. Ver la renta, la deuda, como cosa en sí, como un constituyente vital, es ver en presente aquello que se define por su transcurso. Es algo más complejo y elusivo que contemplar un río desde su nacimiento hasta su desembocadura, ya que el río-deuda no desemboca nunca o, cuando lo hace en el mar argentino, inmediatamente, y sin solución de continuidad, otro lecho aparece.
Y si desde cierta ideología la economía es pura forma, resolución técnica desentendida de los asuntos humanos, Omar Chauvié le da de su propia medicina, por así decirlo, al hacer prevalecer elementos formales —la plasticidad del lenguaje, la sonoridad de ciertos términos, las paráfrasis, el despliegue visual del poema—, para señalarnos que la deuda en verdad es parte constitutiva de nuestra nación. De hecho, la Argentina nace con deuda. No hay otra forma de que Inglaterra reconozca la independencia de las Provincias Unidas. Porque más importante que independizarnos de España es lograr el reconocimiento de nuestra autonomía por quienes han de abortarla.
Así como la Primera Guerra Mundial y la Segunda fueron en verdad una sola interrumpida por un paréntesis de poco más de veinte años —baste pensar que se enfrentan las mismas naciones—, la deuda, nos dice Chauvié, también es una sola. Lo que empezó la Baring Brothers (los intereses del empréstito tomado por Rivadavia se terminaron de pagar en el primer gobierno de Perón) lo continúan el FMI o el Banco Mundial y otros organismos. De allí que el autor se detenga en el mate como cifra de lo argentino, que da vueltas una y otra vez. “Ser argentino es volver a decir, te lo vuelvo a reiterar”, leemos. El eterno retorno no es ningún mito en estos lares.
El signo de la libra, que reemplaza a la L de la palabra “literatura”, o de la misma palabra “libra”; la disposición espacial de ciertas páginas donde aparece Rivadavia como espectro o como monumento que replica la disposición de la leyenda “hecho el depósito que marca la ley…” de ediciones de otro tiempo; la paráfrasis del Himno, como si estuviera cantado que debíamos asumir deuda para que los libres del mundo alcen sus copas por nosotros; frases interrumpidas de San Martín: “serás lo que debas….”. De estos pequeños y contundentes dispositivos está hecho Deuda & Literatura. Pero no se trata de artificios retóricos, jueguitos ingeniosos. Es una barricada intelectual, sin la pátina amarga de Usura de Pound. Deuda & Literatura es resistencia lúcida y lúdica en un tiempo donde los mozos de la fiesta creen que son los invitados.
Omar Chauvié, Deuda & Literatura, Club Hem, 2017, 59 págs.
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