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Un sombrero panamá y unas rasantes descripciones paradisíacas bastan para instalar a un detective tan enigmático como picaresco en las siempre excitantes arenas del thriller de espionaje: José Firket, del que sólo se conoce un par de adjetivos al pasar, es el antihéroe exclusivo y folletinesco de Firket: misión tropical, título que en su introductorio nombre propio coquetea con una seguidilla de futuras entregas. Y es que la novela de Marcelo Miceli es ya una saga avant la lettre, comprimida y entrópica: tiempos, lugares y personajes desfilan en el fragor exotista de la narración, un remolino desordenado, turbio y melancólico que se come a sí mismo.
Firket aterriza en la tercermundista Belihé, una improbable población americana de tintes distópico-tropicales, con una misión dictada por el ubicuo pero permanente Rashid: contactar al local Juan Navarro en vías de matar a Rosales, destacado candidato de uno de los dos partidos hegemónicos de la zona. Lejos de la efectividad, Firket erra una y otra vez el blanco haciendo mal uso de su vago poder mutante, un trance torturado de pocos segundos en el que destellan amenazantes perros pitbull y que por arte de magia deja sin respiración al cuerpo más próximo.
Las víctimas se van apilando en el infernal edén de Belihé, pero el objetivo se complica, pospone y hasta cambia de propósito. Mientras tanto, la metonimia del género asordinado (¿asfixiado?) retoza de manera microscópica en sobres color manila, llamadas telefónicas, telegramas, ventiladores que capean el calor y la humedad, excursiones frondosas para avistar aves, sesiones de merengue y chachachá. De la fauna humana a lo Tintín que hace de decorado animista del errante Firket, siempre a punto de caerse del relato, destacan Pin, un joven de rasgos orientales con cámara réflex al cuello que compite en clandestinidad con el protagonista —aunque sus fines son ambiguos—, y Miss Márquez, ex Miss Maracuyá y voluptuosa primera dama de Belihé.
En la segunda mitad, la novela viaja junto con Firket en el espacio y en el tiempo. Primero a la austral Bayres, “veinticinco años atrás” y en el “presente”, regresa fugazmente a una rebautizada Belijé (por obra de un veneno extraído de un mosquito del Riachuelo que activa el argot porteño y droga el texto), y culmina en una coda en Tánger, “treinta y siete años atrás”. La aceleración enloquece la trama y recaba en los orígenes y aficiones de Firket, que tiene una doble vida como prolífico escritor de novelitas pornográficas a la vez que sigue el rastro de Abril, su hija adolescente, que adscribe a ese universo explícito en versión modelo de revista. Como no puede ser de otra manera, se revelará además la génesis marroquí del talento perruno-asesino de Firket.
Firket: misión tropical resuelve en sus fragmentos cinéticos y expeditivos todo aquello que Firket no logra acometer, alumbrando de manera oblicua a una figura que no es más que una sombra zigzagueante bajo el sol periférico, impermeable, resistente y flexible como su sombrero panamá.
Marcelo Miceli, Firket: misión tropical, Editorial Nudista, 2016, 178 págs.
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