LITERATURA ARGENTINA

Llegué a Maleza de Martín Legón azarosamente. Fui a comprarme un libro y me llevé otro. La bella edición a la que nos tiene acostumbrados Iván Rosado, el tópico del río y la primera visión panorámica de una disposición irregular de los versos en el blanco de la página, todo sumó para convencerme. Es bueno el azar cuando, pasado el tiempo, habrá sido destino. Maleza es un potente libro, excéntrico pero a su vez en resonancia con una tradición —excéntrico quizá signifique, antes que falto de tradición, una tradición sacada de quicio, del centro, del cauce—: la tradición de la imaginación poética del río y sus adyacentes; una tradición que incluye enclaves insoslayables para la escritura argentina, desde El Carapachay de Sarmiento hasta Tigre de Javier Cófreces y Alberto Muñoz, pasando por Juanele, Francisco Madariaga, Martín Rodríguez, entre varios más. Maleza es un único poema estirándose de forma irregular en todo el libro, como si fueran los brazos menores de un río que no aparece nunca —o como si la escritura dijera: un río no es nunca “Un Río” sino la imagen que intuimos de la diversidad de brazos y cauces menores que efectivamente aparecen—. En este poema de largo aliento —o de larga remada— se activa la bipolaridad constitutiva de la imaginación fluvial argentina que señalara Franca Maccioni en un imprescindible ensayo sobre el tema, “En el umbral de las voces anfibias: el imaginario acuático en la poesía argentina contemporánea”: aquella que encuentra en el río una vía de acceso a lo originario —con su acervo de fantasía mítica— y aquella otra que genealógicamente se sirve del río para hurgar los comienzos históricos, las fundaciones político-estatales de la nación. El acierto del poema es sostener ambas posiciones como si, antes que polaridades exteriores, fueran estancias en un campo de movimiento y remisiones mutuas, remansos en una vasta corriente: el poema. La escritura va convocando los significantes de diversos campos que podrían entrar en colisión antagónica —la fábula y la ideología, la naturaleza y las megaconstrucciones superestructurales, las percepciones subjetivas y las inercias impersonales— y los reacomoda en el espacio abierto de las páginas, en una sintaxis discursiva y visual quebrada, más cerca de la operación del montaje que de la fluencia orgánica. Sostener la bipolaridad de la imaginación acuática implica para Maleza la necesidad de la construcción de un artefacto que exhiba, al mismo tiempo, las distancias de los elementos y sus articulaciones efectuadas, no a pesar, sino justamente en esas distancias. En el diseño de esa máquina de expresión de la complejidad turbulenta del río y sus sedimentos histórico-naturales encuentra su más importante logro. De este modo, en virtud de ese artefacto, lo originario no se emancipa de una problemática histórica hacia ensoñaciones privadas y/o míticas, pero a su vez lo histórico-político no puede desprenderse sin más de un fondo no histórico, no historicista, que sigue funcionando como desrealización de lo realizado, como redención de lo creado, como si humedeciera todo bloque de tierra y nos permitiera afirmar el oxímoron: sólo hay historia, pero la historia no agota lo que hay. O dicho de otro modo: Maleza nos activa “la fantasía de una isla desierta donde todo sea ilusión / incluso el poder”.

 

Martín Legón, Maleza, Iván Rosado, 2016, 96 págs.

25 May, 2017
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