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Al explorar las metáforas que rodean el discurso sobre el cáncer, es Susan Sontag quien deja en claro que esta enfermedad —pero cualquier otra también— es, además de un hecho clínico, un mundo de palabras. En su primera novela, Nada es como era, Mercedes Güiraldes (Buenos Aires, 1965) reconstruye la forma en que su propio cáncer, “O dos. O tres”, como aclara en el inicio, ha marcado no solo su experiencia vital, sino también el universo lingüístico que la rodea.
Estructurada en veinte capítulos breves y un epílogo, Nada es como era narra en primera persona y tono reflexivo e íntimo el arco de la enfermedad de la autora: desde el diagnóstico y la operación hasta la quimioterapia y la aparición de un nuevo cáncer. Pero el relato también incluye el festejo, la compañía, la curación. Hacia el final, el paréntesis del relato, y de la enfermedad, queda cerrado con el recuerdo del impulso que llevó, justamente, a la escritura del texto que se está cerrando.
En Nada es como era, la apuesta por la cercanía narrativa de la primera persona (aunque el texto no es, según Güiraldes advierte, “un intento tardío de literatura del yo”) entra en contraste con la lúcida y constante referencia a los tipos de discursos que la protagonista se va cruzando a medida que el cáncer avanza. Son estos discursos, también, los que definen no sólo el cáncer puntual que se cuenta, sino también, y muy especialmente, el modo de vivirlo.
Las primeras palabras de diagnóstico abren el mundo del léxico médico, en todas sus variantes: más técnicas, más humanas, más o menos crípticas. La novela de Güiraldes, en ese sentido, se puede leer como el proceso de acostumbramiento de la narradora-personaje-autora a ese léxico: el modo personal en que va absorbiendo y haciendo propias esas palabras de la jerga médica, desde el desconcierto hasta las búsquedas en internet de síntomas y explicaciones.
Al discurso médico se suman muchos otros. Están las palabras íntimas, que acercan familiares y amigos, y que Nada es como era reproduce en uno de sus capítulos. Está también presente el discurso terapéutico psicoanalítico y el de las prácticas menos formales, como la meditación. Y, por supuesto, aparece también la literatura: lo que la narradora lee durante la enfermedad, un mundo en el que puede perderse con gusto: En busca del tiempo perdido y Ulises, principalmente, pero también muchos otros libros sobre enfermedades. Cada tipo de discurso aporta algo distinto tanto a la novela como a la experiencia de la enfermedad que la novela construye. Las palabras, sumadas a las formas de lo indecible, el llanto, la depresión, el miedo, pero también el festejo y la felicidad de los días buenos, terminan armando un relato cercano y a la vez analítico: una experiencia límite narrada con la conciencia y con la emoción.
Mercedes Güiraldes, Nada es como era, Tusquets, 2017, 192 págs.
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