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En la película Zelig (1983) de Woody Allen asistimos a la vida de un hombre-camaleón que se mimetiza física y psicológicamente con las personas de su entorno. Como una socarrona alegoría acerca de la cacareada crisis de la identidad del sujeto en la tardomodernidad, Leonard Zelig nos provoca ternura, empatía y carcajadas en cámara rápida. Te quiero, la tercera novela de J.P. Zooey, expone a un autor con las mismas características que aquel célebre personaje, un escritor-camaleón, pero a diferencia de las risas que nos arrancó aquel, sólo nos provoca una mueca. Y en cámara lenta.
Clyde es un escritor con beca que se dedica a chatear y a salir por Buenos Aires con Bonnie, una estudiante de diseño de indumentaria que trabaja en un Laverrap. Ambos chatean mucho, se reúnen, planean disparatados asaltos y atentados, aunque a diferencia de la mítica pareja de asaltantes de bancos a la que remiten sus nombres, ellos prefieren no hacer nada y quedarse en casa mirando videos en YouTube. Inmediatamente después se aburren, conspiran y sospechan de los sentimientos del otro, mientras su realidad nunca parece estar a la altura de la intensidad disparatada de sus pensamientos y deseos más íntimos, como cuando Bonnie confiesa que quiere “tener sexo con un corazón suavecito y limpio para metérselo adentro mientras late”, o cuando afirma que aspira a “diseñar un saquito de té con boya para que flote en la taza”. A pesar de la ternura que estas insufribles criaturitas salingerianas nos despiertan en estas escenas, Te quiero es como un documental de baja fidelidad en el cual, con una curiosidad entomológica, el autor buscara sintonizar con la poética del aburrimiento, el insufrible infantilismo emo y el artificio de la transparencia de la llamada Alt Lit incurriendo en el mero ejercicio de estilo. A diferencia de su segunda novela, Los electrocutados (2011), donde Zooey contaba el vínculo incestuoso entre dos hermanos en un melancólico homenaje a Williams Burroughs y Kurt Vonnegut, aquí reescribe la novela Richard Yates (2010) de Tao Lin pero sin utilizar la memoria como disparador creativo, como si en vez de ser poseído por el éxtasis y de dar rienda suelta al refinado eclecticismo al que nos había acostumbrado, el autor se hubiera dejado vampirizar por la angustia de las influencias.
J.P. Zooey, Te quiero, Páprika, 2014, 120 págs.
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