Tres piezas

Los cuentos del canadiense Neil Smith abundan en una sensibilidad mustia, cara a lo contemporáneo, en la que una pátina protectora mitiga cualquier posible perplejidad y donde el comercio con el dolor es redimido por una pizca de ironía chispeante. Sus criaturas, así, se muestran templadas en la fatalidad, arrojadas al curso de los acontecimientos, sin posibilidad de cuestionarlos ni deseo de hacerlo.
El vínculo entre dos amigos varones, que vira lentamente de la agresión pasiva al descubrimiento del amor y a la renuencia a aceptarlo, es el centro vital de “Proteína verde fluorescente”, convenientemente aligerado por un pastiche de datos sobre genética y por el carisma de una madre en rehabilitación que dialoga con una piedra de curling en la que están depositadas las cenizas de su marido. El acierto de Smith consiste en no asentar el interés en un relato sobre homosexualidad, sino en disgregar los encuadres; una dirección en la que parece encaminarse el cuento actual al querer soltar al fin las amarras que tanto lo ataron a Carver.
De escuetas y precisas analogías, “Islotes” y “Los B-nignos” hacen del sufrimiento virtud. En el primero, una mujer que acaba de tener un bebé prematuro fruto de la inseminación artificial intenta amigarse con su nuevo rol de madre mientras lidia con un invasivo donante; en tanto en el segundo, el más hilarante del volumen, el protagonista crea un grupo de apoyo para personas con un tumor benigno. Ambas piezas contrastan con la solemnidad de “Álbum de recortes”, en la que una masacre en un colegio al estilo Columbine hace de plafón a una pregunta por la masculinidad. “¿Cómo ser un hombre si huí acobardado?”, se cuestiona sin formularlo en estos términos el protagonista. La ligereza vuelve con “Extremidades”. Narrada desde las perspectivas de un par de guantes y el pie amputado de un astronauta aficionado, el cuento cifra los límites de Smith cuando intenta ser audaz y roza la caricatura.
Mientras “La caja de la mariposa” da una vuelta de tuerca al tópico del artista incomprendido, con un hijo a cargo del legado de un padre moribundo otrora pintor, la pieza que presta título al libro trata de la rara enfermedad que padece la protagonista de ocho años que la lleva envejecer y luego a rejuvenecer a un ritmo vertiginoso. El desfasaje con la realidad que la rodea, y sobre todo con sus pares, es el mismo, amén de algunos matices, que experimentan muchos de los personajes de este libro.
A pesar de la variedad de estilos y enfoques, los cuentos de Bang Crunch presentan una colorimetría unívoca que abarca tanto la sardónica grisura de Salinger como el rutilante claqué lingüístico a lo George Saunders. Y, por momentos, no ocultan lo que sin duda se revela como el resultado de la intachable asistencia a un curso de escritura creativa.
Neil Smith, Bang Crunch, traducción de Andrea Lombardi, Edhasa, 2024, 160 págs.
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