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Quizás escandalizado por los ataques a la cultura occidental, en 1932 André Gide se negó a firmar y apoyar una versión del manifiesto “El teatro de la crueldad” que le había enviado Artaud con el fin de legitimar su proyecto de erigir para el teatro algo similar a lo que era la Nouvelle Revue Française en el campo literario. Por esos sinuosos circuitos del devenir de la cultura, hoy los textos sobre teatro de Artaud —entre los que se cuenta aquel manifiesto— son seguramente bastante más leídos, al menos en Argentina, que Los monederos falsos, acaso la novela más célebre de Gide. Para cualquier realizador teatral o espectador interesado del presente es irrefutable que Artaud supo urdir varias de las claves de lo que sería el teatro importante. Prueba de su vigencia es la nueva edición argentina de El teatro y su doble, en excelente versión del poeta, ensayista y generoso traductor cordobés Silvio Mattoni. Además de la traducción impecable, merecen mención las provechosas y acotadas notas que Mattoni adosa al final, de donde proviene el dato de la negativa de Gide.
“En todo caso, me apresuro a decirlo, un teatro que subordina la puesta en escena y la realización —es decir todo aquello que tiene de específicamente teatral— al texto es un teatro idiota, loco, invertido, gramático, de tenderos, anti-poeta y positivista, es decir occidental”. No por ser versionadas hasta el hartazgo entre los hacedores teatrales contemporáneos pierden fuerza estas declaraciones guerreras de “La puesta en escena y la metafísica”. En su revuelta contra el realismo y el psicologismo, Artaud dota de productividad lo escénico, embiste contra la hegemonía del texto y pone como centro del hecho teatral al actor con su potencia poética. Así, señala el camino que el teatro puede seguir para no desmoronarse ante el inmenso poder narrativo del cine.
En los años sesenta estos ensayos de Artaud son leídos, multiplicados y lanzados hacia las décadas venideras por, entre otros, Sontag, Derrida, Weiss, pero sobre todo por un seleccionado de maestros del teatro: Wilson, Brook, Barba, Kantor, Grotowski, Mnouchkine. La apertura hacia culturas de Oriente no es un invento de Artaud, pero sin duda su estudio del teatro balinés es precursor de las búsquedas expansivas e interculturales de los directores aludidos. Con su reivindicación del sentido de ritual comunitario del hecho teatral y su propuesta de abolir la grieta entre público y actores, Artaud tiende el puente teatral entre la vanguardia histórica y la de los sesenta para la explosión del happening y la performance. No es sólo su carácter de moderno corpus conceptual lo que hace a la permanencia tenaz de estos textos, sino también la escritura fulgurante, radical, su fuerza utópica, esa particular aleación de misterio pagano y materialismo nitzscheano con la que Artaud logró imaginar buena parte del teatro futuro.
Antonin Artaud, El teatro y su doble, traducción de Silvio Mattoni, El Cuenco de Plata, 2014, 164 págs.
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