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Si Los Ángeles fue la tesis y El mal querer, la antítesis, Motomami sólo podía ser la síntesis. El final de un ciclo. Y tocaba un reinicio potente. La forma de Lux es la misa, la enciclopedia mística, la Biblia. Por eso su texto, que bascula entre el amor carnal, muy capitalista, y el mismísimo Dios, está siendo leído con la atención de la cábala o el close reading. No sólo las letras de las canciones, que invocan catorce idiomas, sino también la composición, las colaboraciones, las referencias culturales antiguas y contemporáneas, los amores y las venganzas.
¿Por qué interpretamos y sobreinterpretamos Lux?, se preguntan los periodistas culturales, en un ejercicio de metasobreinterpretación. Yo diría que por dos motivos y un bonus track. Por un lado, porque en el siglo XXI hay un exceso de formación. Todos somos graduados, licenciados o incluso doctores, la mayoría trabaja en profesiones que no responden directamente a sus estudios o que no le llenan intelectualmente, de modo que la afición, la pasión, la lectura, el cine, la música, los frikismos varios, las manualidades o las redes sociales se convierten en espacios de desarrollo personal y de erudición. Son innumerables los expertos reales en Tolkien, el Barça, el jazz, las aves, el cómic de superhéroes o Tarantino. Por el otro lado, en nuestra época es casi imposible encontrar objetos culturales de convergencia. Es muy difícil que un libro, una película, una serie o un disco se sitúe en el centro, se comparta, sea motivo posible de discusión en un ágora tan fragmentada. Rosalía lo consigue. Nos realizamos a través de Rosalía. Con más amor que hate, asistimos a su misa ambigua no para comulgar en silencio, sino para escuchar y comentar. Porque sentimos que no somos nada si no podemos expresarnos: opinar.
Se trata de esa energía tan preciosa, la que une la experiencia privada, el disfrute íntimo, el consumo individual o en pareja y amigos con la conversación social, en el club de lectura, en el turno de preguntas de una mesa redonda, en las redes sociales. Es la clave de todo el sistema cultural. Rosalía, como en su día la última película de Christopher Nolan o ciertos episodios de Juego de tronos, hace visible a través de la cantidad y la calidad de su propuesta esa infraestructura de intereses entrecruzados que nos sostiene. En el siglo XXI todos somos subculturales: pertenecemos a varias tribus, a diversas esferas de gusto, seguimos muchas tendencias. A través de esos hábitos, buscamos sentido a lo que no lo tiene y, lo más raro: lo encontramos a veces. A través de la lectura y la escucha, disfrutando o interpretando o incluso sobreinterpretando construimos nuestra red de seguridad.
(Bonus track: el periodismo cultural se ha ido precarizando durante los últimos veinticinco años y ahora, además de mal pagado, depende en gran parte del clic: si escribes sobre Rosalía, si encuentras un enfoque distinto para hablar sobre Rosalía, si eres capaz de poner “Lux” o “Rosalía” en el titular o en el post, te aseguras una cierta atención, no sólo de los lectores, de la audiencia, también del editor al que tienes que convencer de que te encargue la pieza. Como se dice ahora: vendérsela. Editores de nosotros mismos desde que en 2005 se inventaron Facebook y YouTube, nos vendemos nuestra idea, nuestro punto de vista, nuestra reseña de lo nuevo de la artista catalana, la elaboramos y la publicamos, porque necesitamos sentir que estamos en la conversación).
La primera versión de este texto se publicó en jorgecarrion21.substack.com.
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