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Uno de los cuestionamientos fundamentales que acaso debamos hacernos como lectores, y todavía más a medida que pasa el tiempo y vamos enraizando en determinadas ideas, es cómo leemos. Así de sencillo, es decir: ¿leemos poniéndonos a salvo, evitando a toda costa que nos tomen a contramano, tratando de ser más inteligentes que el propio autor? ¿O bien lo hacemos sin mapa, dispuestos a seguir al otro en su mismo lenguaje, aunque por momentos paguemos el precio de sentirnos desbordados, o incluso idiotas?
Esa y otras preguntas le caben a una novela como Los centeno, del cordobés Pablo Natale, o más bien al ejercicio de enfrentarse a ella. Los personajes son tantos que, a medida que la novela avanza, cada uno de ellos va perdiendo relieve en su individualidad; paradójicamente, sin embargo, lo que va tomando sentido es otra cosa, sólo que esa cosa no tiene nombre, o sólo se parece a sí misma: un rumbo impreciso, oscuramente concéntrico, nucleado en torno a la palabra “centeno”. Un vocablo que es un apellido, pero también es una imagen, un concepto, una ilusión, un mantra; y así también la referencia a la célebre novela de J.D. Salinger, que actúa como faro o como letanía para algunos de sus protagonistas (si puede hablarse en esos términos). Es, el centeno, su visión, “ser centeno”, algo así como una categoría del espíritu: el lugar del que algunos vienen, un origen que llevan impreso; y es el sueño difuso de otros, el centro de una tierra que desconocen, o que a duras penas tienen la capacidad de imaginar.
Pero la aparente falta de rumbo o de progresión de la historia –más allá de las interpretaciones, quizá demasiado arbitrarias, con las que podamos coquetear– presenta un riesgo del que la novela sale ilesa sólo a medias. Lo que en un comienzo puede resultar inquietante, eso que desafía al lector en la morosidad de sus reacciones y que por momentos recuerda el carácter dilatorio de algunos de los relatos largos de Roberto Bolaño, tarde o temprano lo convoca apenas en la superficie, o lo obliga a rendirse con pasividad a un desenlace que reúna las piezas dispersas. Como sucede muchas veces en literatura, es posible que determinadas apuestas encuentren su mejor forma tomando riesgos aún mayores: un recorrido más extenso, que les permita regresar a, o descubrir, su núcleo. Un núcleo que en Los centeno termina por evaporarse, o en el que tal vez sólo haya un enorme vacío.
Pablo Natale, Los centeno, Editorial Nudista, 2013, 128 páginas.
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