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Rosario Zorraquín expone en la galería Miau Miau una serie de grandes pinturas. El punto de partida son dibujos automáticos que, como el origen del alfabeto, parecen ramitas pequeñas de distintos árboles. En algunos casos dan valor a los espacios entre las líneas invitando a leer entrelíneas, no para encontrar un sentido oculto del texto sino para encontrar el significado de lo que no es texto, de lo que ocurrió inevitablemente y sucede posteriormente.
Con ese material como boceto, Zorraquín trabaja a favor o en contra con acrílico y aerógrafo.
En algunos cuadros, los llamados paisajes, repite el esquema del boceto: línea sobre fondo y utilización de todo el campo de la tela. De ahí su género.
En los demás cuadros, toma algún elemento de ese glosario surgido irreflexivamente y lo entroniza en la tela, llevando lo insignificante a imagen de culto.
Usa blanco sobre blanco y negro como color de sus dibujos, y los otros colores los utiliza como pentimento (aquí hubo color) o dominando el dibujo como contrapentimento (aquí lleno y relleno y tapo de color).
Cuando carga mucho de materia, esta se mantiene sorprendentemente chata gracias a la técnica del aerógrafo; y los pliegues existentes en la tela durante la realización quedan dibujados por la lluvia del aerógrafo, aunque la tela pase a estar perfectamente tensada.
El resultado completo de Glosa es una especie de nueva caverna (radiografías de neón, esqueletos fluorescentes, bosques de vocabulario) rica en signos, estimulante por la tendencia a llegar a la anulación que va a producir el blanco que crece y que no va a dejar de crecer hasta arrasar con todos esos símbolos.
Ese crecimiento constante de la pintura de Zorraquín, ese construir deshaciendo, es el punto fijo en el que se encuentra el compás solitario que la hace grande, perfecta.
Rosario Zorraquín, Glosa, galería Miau Miau, Buenos Aires, abril de 2014.
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