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“Quiero que se termine este viaje”, dice. Y, entonces, termina la obra. Así empieza Iuso. Donde él “quiere que se termine” y donde empieza el deseo. Eso es todo. Su obra es la puesta en escena del universo sentimental del artista. Esto no sería nada si no se le agrega: es solamente la puesta en escena del universo sentimental.
Desde sus inicios, Iuso viene explorando ese campo inexplorable, imposible y trivial: ¿qué siento?; ¿qué tengo que hacer para sentir?; ¿cuál es el mecanismo de la sensación? Sólo los grandes artistas pueden trabajar sobre ese tema: lo imposible. No hay afuera de la obra. Aun el paisaje, cuando aparece, es sólo paisaje ya codificado, deglutido, internalizado. Pero tiene un pasado luminoso, irresponsable y arcádico, en el que quedó atrapado para siempre. Dice que vivió en el lujo de un Adán que se extendía hacia los bienes materiales con la inmediatez de su deseo; y lo cuenta desde el paraíso perdido. Ese resentimiento lo volvió todo medida, todo control. Calculador del placer… Lo que quedó, lo que tiene, lo que llama “experiencia”, es la memoria de la vida miserable de un burgués argentino. Su presente es la desesperación por el dinero y el afecto. Es un artista del hambre.
El cálculo continuo de los pasos y el precio necesario que se paga para llegar al placer es lo único que “cuenta”. En su universo no hay espontaneidad, todo es estructura, minuciosa y detallista, para encontrar el modo perfecto de expresar la emoción. Es Kafka, un cuerpo que es puro control y pura insatisfacción.
No se priva de publicar en sus textos la reflexión de los críticos sobre él mismo. Es un artista, y por el lugar que ocupa, pero también expone y, en cierta medida, denuncia, no tiene pudor y es inmune a lo abyecto de la cultura. Vive en un absoluto del arte en el que su voz y la de quienes hablan de él conviven en una esfera de acción que los une y los amalgama en un todo; porque su voz es tan interior o íntima que se volvió una tercera persona para sí misma que se observa del mismo modo en que es observado (“…estás en una película donde pasa esto”). No hay en ese universo un yo versus otros. Es un puro yo que puede ocupar todos los espacios. Es el artista total, pero no por abarcador de un universo, sino por todo lo contrario, por lo ínfimo, por lo egoísta, por lo expresivo subjetivista, por lo egomaníaco, es decir, porque es un artista cabal. Para eso necesitaba ir de la plástica a la literatura; para explicar, desde el interior de ese autismo mimoso y autoindulgente en el que vive y crea (para él no hay diferencia), que eso se puede expresar en todas las formas, en todos los materiales, con todas las técnicas.
Su obra tiene algunos antecedentes en la cultura argentina: Aira, que nos explicó la diferencia entre un escritor y un intelectual, o Fogwill, que nos dijo que el deseo y el placer son materiales que pueden ser narrados. Pero en ambos todavía el lenguaje queda atrapado por la narración (causas, consecuencias, explicaciones, personajes, mundo, etc.), y en Iuso toda narración se interrumpe por la sentimentalidad, y la única diégesis posible es la del precio que se paga por esa emoción. También Peralta Ramos; pero sus palabras están atadas a un código moral, de clase. El flujo de la narración en Iuso siempre está interrumpido por el de su conciencia en el vacío.
Inversamente, esa repulsión que nos causa el tono organizado, altruista y estratégico (habría que agregar narrativo) con el que presentan su discurso en sociedad los escritores y los artistas que se exhiben como “intelectuales” (los que tratan de explicarnos y explicarse a sí mismos en el Estado) tiene su origen en su némesis y asesina más feroz: la obra de Guillermo Iuso.
Guillermo Iuso, Guillermo Iuso, Colección popular de arte argentino, Mansalva, 2014; Todo lo que pasó, Mansalva, 2014, 80 págs.
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