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Lisergia: tecnología de la esthesis y la anesthesia, técnica de lo perceptible localizada entre un desmesurado acercamiento a la superficie de las cosas y un retiro violento de sí mismo. La lisergia fue el núcleo central de la subcultura global de la psychedelia nacida a fines de los cincuenta como antídoto beatnik a los sueños y pesadillas de la centrada subjetividad alto moderna. Como toda subcultura, o contracultura, la psicodelia construyó una poiesis, una forma de ser y de hacer, que enhebró producciones de las artes, los diseños y la industria cultural en todas sus plataformas, es decir, se constituyó como un hilo de Ariadna capaz de enlazar los delays, reverberaciones y ecos del acid rock hasta las exuberantes florituras densamente cromáticas del interiorismo de los setenta.
La muestra curada por Rafael Cippolini mide el impacto de este escenario global en la escena local recurriendo a lo que se tiene a mano: se trata de leer y redisponer el acervo del MAMBA para hacer inteligible una trama divergente al estricto devenir de las corrientes artísticas nacionales o de las peripecias institucionales regionales –historias que, por trilladas, pero sobre todo por mal contadas, colman de bostezos tantas muestras patrimoniales–. Esta otra urdimbre permite reunir sin espanto producciones del diseño gráfico, como el insólito e iridiscente afiche de González Ruiz de El santo de la espada –una de las epopeyas militarizadas más soporíferas de la filmografía vernácula–, con una delicada tablita pintada por el belga Georges Vantongerloo y con un rotundo mamarracho de Pérez Celis.
El núcleo central de la exposición abunda en expresiones exhumadas de esa forma psicodélica de ser y hacer. Allí la operación curatorial se acerca a una arqueología respetuosa de las coordenadas históricas que concibieron ese repertorio de imágenes, objetos y sonidos. Distinto es lo que sucede en los lugares que sirven de prólogo y coda conclusiva de la muestra: en el primero se presentan hipotéticos precursores, como Miguel Caride o Mildred Burton, hallados en el surrealismo o en la pintura metafísica autóctona; en el último se visualiza un panorama cercano a la escena festiva de los noventa donde Omar Schiliro, Miguel Harte o Marcelo Pombo campean alegremente. En otras palabras, por un lado se intenta reconstruir el territorio concreto de existencia de una poiesis, por el otro, se descontextualiza; la operación curatorial encuentra la lisergia retrospectiva o prospectivamente leyendo objetos alejados de ese horizonte de producción delimitado. Dicha heterogeneidad no es cuestionable. Por el contrario, tiene el mérito de recordarnos la imposibilidad de toda asepsia arqueológica. Sin embargo, ciertas relaciones no están exentas de riesgo: por momentos, la saturación cromática, el isomorfismo fractal o el abigarramiento compositivo se constituyen en un paquetito icónico de rasgos demasiado cristalizados que obtura relaciones más sutiles, menos previsibles, más alucinadas.
Argentina lisérgica. Visiones psicodélicas en la colección del Museo de Arte Moderno, curaduría de Rafael Cippolini, Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, octubre – diciembre de 2013.
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