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Argentina lisérgica, la muestra inaugurada en el MAMBA, se inicia de manera desconcertante: con una obra de Xul Solar que representa un sistema astrológico, un tratado medieval, la imagen de una revelación, un sueño, una clasificación del mundo dentro de un sistema de clasificaciones. O nada de esto.
En direcciones opuestas y simultáneas intervienen las preguntas: ¿por qué pensar la obra de Xul –contemporáneo de Albert Hofmann y sus investigaciones sobre el ácido lisérgico–, Mildred Burton o Roberto Aizenberg dentro de la campana conceptual de la psicodelia? ¿Se trata de la misma licencia que permite introducir a Hieronymus Bosch como un predecesor de los surrealistas o a Goya como pater patriae del expresionismo? ¿O el impulso es inducir una lectura de estas obras como una desviación de un sistema de clasificaciones que organiza la historia del arte en términos de cronologías, biografías, escuelas e ismos, para hacer entonces un ejercicio curatorial deleuziano –“Nunca hay que preguntar qué quiere decir un libro, […] en un libro no hay nada que comprender, tan solo hay que preguntarse con qué funciona, en conexión con qué hace pasar o no intensidades”–, un montaje infinito?
En este primer segmento, Rafael Cippolini sienta las bases para una tesis no escrita: pensar la imagen dentro de un sistema de afinidades, parentescos, correlatos y permanencias unidos por una suerte de lazo invisible que sería la exploración de lo inconsciente, el azar, lo onírico, todos ellos elementos centrales de la arquitectura surrealista que hacen sinapsis naturalmente con las exploraciones psicodélicas.
Este sistema de asociaciones –junto con las piezas que componen el tercer núcleo de obras– se sostiene en un plano iconográfico, en la construcción de un imaginario libre, caprichoso e impreciso de lo lisérgico que puede atravesar el tiempo y cualquier nomenclatura, y que derrumba cualquier distinción entre gran arte y arte menor.
El segundo territorio –al que se decide ingresar solamente si se está dispuesto a escuchar “Sympathy for the Devil” de los Rolling Stones en un loop que se vuelve tortuoso– se ajusta exactamente a la categoría de lisergia. Allí se despliega todo el repertorio psicodélico que la cultura visual argentina extendió sobre los más diversos soportes durante la década del setenta: afiches, publicidades, pinturas, instalaciones, videos, diseño industrial.
Este corpus sirve para abordar una serie de nodos álgidos e inexplorados: cómo la contracultura –si es que se puede pensar en contracultura en Buenos Aires sin Timothy Leary, William Burroughs o Allen Ginsberg– parece transformarse en la cara más amable, mercantil y risueña del capitalismo; cómo aquello que nació como voluntad de liberación –física y mental, individual y colectiva– es inoculado, naturalizado, reproducido con sus formas ondulantes y colores saturados sin su pathos. Las boîtes –África, Mau Mau– y celebridades –Claudia Sánchez y Nono Pugliese– son el púnctum de la mejor historia aún no contada de los setenta en Argentina.
Argentina lisérgica. Visiones psicodélicas en la colección del Museo de Arte Moderno, curaduría de Rafael Cippolini, Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, octubre – diciembre de 2013.
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