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Conferencia

Marcelo Galindo

ARTE

Una parejita paseando, dos hombres de tercera edad, familias en plan dominguero, varios chicos de menos de 12 años, algunos jóvenes algo atildados y un grupo de artistas y habitués de muestras. Tal era el variopinto público que, expectante, arrimó su sillita formando una ordenada cuadrilla de filas minutos antes de que comenzara la anunciada conferencia que Marcelo Galindo ofrecía en el marco del ciclo Performatón, con el que un saludable Mamba inauguró la temporada de verano hace algunas semanas. El regreso de cuerpos activos y en movimiento al museo, no sólo en forma de nutridos contingentes de espectadores sino también de artistas performers, con su cuota de histrionismo escénico, tiene un dejo celebratorio, de espacio recuperado, de transfusión sanguínea tras años de sequedad en que las salas estaban vaciadas y había que hurgar en la casilla de spam para tener alguna pista de las tímidas actividades del Mamba. Pero quienes esperaran de la conferencia de Galindo una presentación protocolar de sus videos y acciones estaban a punto de llevarse un chasco; tras desbaratar el orden geométrico en que los espectadores se habían sentado (la consigna fue “hacer un hueco” entre el público, donde Galindo pudiera circular como un Moisés separando las aguas) y demandar que los presentes programaran la alarma de sus celulares para que sonaran en veinticinco minutos (anunciando que el coloquio estaba cronometrado con celo), el artista puso en escena una parodia de las TED Talks, los seminarios de autoayuda y las conferencias motivacionales, mediante un paneo que atravesaba con vértigo psicodélico a personajes como James Randi (un ilusionista que se propuso desenmascarar a los espiritistas, médiums y otros profesionales de las actividades pseudocientíficas) hasta eventos disparatadamente sobrenaturales (la interrupción de la final del ATP Indian Wells por una mariposa que se posa sobre el campo de tenis y que, repentinamente, es teletransportada al domicilio de Galindo, el único testigo capaz registrar el milagro). Mediante un ritual umbanda, se propuso “desactivar” tres sustancias que procedió a derramar en la sala: para comenzar, ajustició dos litros de vino tinto (la primera botella, descorchada ad hoc, que el conferencista bebió de un saque, y la segunda, ya algo achispado, volcada en el espacio libre que demandó a su público). A continuación “sacó de circulación” un perfume de marca que “compró por Mercado Libre a quince pesos”, vaciando el contenido en el mismo charco. Finalmente, mientras los ringtones de los celulares comenzaban a sonar al unísono, dos desodorantes Axe eran descargados, pulverizando el spray en una nube que no tardó en tomar las narices y gargantas de los presentes.
Si Galindo es un favorito entre artistas –más allá de las virtudes de su obra– es porque sublima en su desparpajo dadá un espíritu anarco-iconoclasta, tan inhibido en momentos en que el modelo de artista como entrepreneur burócrata e hiperconectado se perfila como estándar hegemónico, a la manera de un despótico súper-yo que marca el know-how para una carrera ascendente, con simples pasos capaces de ser ilustrados en una presentación de PowerPoint.
En su ingesta etílica, en su reivindicación de bohemio border, Galindo no sólo enrostra la conducta reprimida de su medio y evade el imperativo social del artista como profesional (con sus tarjetas corporativas, statements prefabricados y prolijos modales propios de la condesa de Chikoff), sino que al esquivarlo, derrapa salpicando literalmente a su público con un cóctel más digno de un boliche de la Costanera que de la sobriedad de limbo del museo. Tras terminar la performance, mientras se apresuraba a trapear el cemento alisado para neutralizar los aromas superpuestos, una de las chicas del personal de mantenimiento comentaba por lo bajo una frase inédita en un white-cube museístico: “Qué olor a chongo”.

 

Marcelo Galindo, Conferencia, Ciclo Performatón, Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, 16 de febrero de 2014.

6 Mar, 2014
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