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Durante la dictadura, lo que podía llegar a decirse, aludirse o implicarse en el “humor político” de los diarios difícilmente alcanzara a formularse en los mismos soportes de prensa, en los editoriales, las notas informativas o las columnas de opinión. Y en el libro de Florencia Levín se percibe el humor político funcionando, precisamente, como un borde de la comunicación social en tiempos de represión. Ese borde que, recordado después de la caída de la dictadura cívico-militar, pudo hacer pensar que los desahogos del humor, o más bien de la comicidad y la sátira en tiempos de represión, pueden ser más placenteros, en el momento de la lectura, que las reflexiones sobre la política en tiempos de retorno de la participación democrática. Las ventas de la revista Humor, por ejemplo, cayeron abruptamente poco tiempo después del cambio institucional, cuando los motivos de la sátira dejaron de ser la parte visible de una confrontación absoluta. Según parece, en momentos como el de la derrota del nazismo en la Segunda Guerra se interrumpieron también ciertos disfrutes de la palabra oculta, según la notable constatación de Sartre: “Nunca fuimos tan libres como bajo la ocupación alemana […] cada pensamiento era, precisamente, una conquista; porque una policía todopoderosa procuraba obligarnos al silencio”.
El recorrido de Humor político en tiempos de represión. Clarín, 1973-1983 focaliza una parte de la versión argentina de ese discurso de borde, el del humor gráfico, en un espacio en el que se evidencian además bordes internos. Las tiras y los dibujos elegidos –los del diario Clarín– son considerados en sus efectos descriptivos, conceptuales y propositivos, y muestran diferencias de pertinente interés. Por otro lado, hay una dimensión menos trabajada, la de la singularidad estética de cada autor, o la de la condición estilística compartida por algunos de ellos, que aportaría a la mostración de tensiones en la construcción de los sentidos político-sociales de las viñetas. Como cuando el humorista se burla de maneras o modos de la propia corriente o del propio grupo social. En emplazamientos políticos disjuntos lo hicieron Landrú y Quino: ambos produjeron, entre otras cosas, unas sociologías dibujadas que dieron cuenta de las vacilaciones y oscuridades de diferentes públicos políticos. Los dibujos de Quino estaban en la revista semanal del diario, pero puede pensarse que componían, como los otros, parte del complejo discurso dibujado del medio. Y en alguna expansión futura del recorrido podrían entrar también los de Sábat: no puede criticarse la decisión de no analizarlos en esta instancia, se había elegido trabajar sobre producciones que articulan dibujo y palabra. Pero en otra entrada de lectura podría apostarse a algo que aparecerá seguramente como resultado de ese carácter abarcativo: las complejas articulaciones entre letra y dibujo actuantes aun en un dibujo mudo, con la producción de sentidos que a veces vienen del título y otras del texto que lo rodea, o de un artículo o de una sección o de un diario en su conjunto, primero; y después, de las palabras urgentemente convocadas por cada lector o tipo de lector, en el momento del procesamiento cómplice. Algo seguramente articulable con el ya plural recorrido de esta investigación.
Florencia Levín, Humor político en tiempos de represión. Clarín, 1973-1983, Siglo XXI, 320 págs.
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