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El mundo existe para llegar a un libro podría ser un buen epígrafe para la muestra de Fabio Kacero, que se abre en pleno hall del Museo de Arte Moderno con una batería cubierta de nieve y se cierra con Salisbury, su primer libro de cuentos. Sólo que tratándose de Kacero habría que desviar también a Mallarmé: el mundo existe para llegar a un libro… détourné. En el impecable recorrido por su obra de la última década, exquisitamente comentado por breves textos de escritores y críticos, se comprueba que Kacero es capaz de desviarlo todo con tal de despojarse del mito del artista-creador y las ilusiones vanas de la representación: miles y miles de palabras pacientemente compuestas para que no signifiquen nada, índices y dedicatorias desgajados de los libros, obras cumbre de la filosofía garabateadas o leídas a los tropiezos por nenas despatarradas, libros que lo inventan todo menos el contenido, y hasta un “Pierre Menard, autor del Quijote” que redobla la proeza del francés, manuscrito por Kacero después de haber hecho suya la inconfundible letra de Borges, un precursor. Pero hay giros todavía más audaces que hacen tambalear el sentido y extrañan la percepción: Cast/K, su escamoteado biopic que sólo muestra la lista de personas que Kacero conoció, una mala crítica de The New York Times reapropiada con sorna como soundtrack de la obra, un video porno que se ignora con impavidez monástica, logos de grandes museos ridiculizados en tallas de madera de hostería provinciana, letras de rock leídas con distancia de prospecto. Hasta la flecha del tiempo acaba por enloquecerse en el video Earlater, pequeña obra maestra del artista-escritor, un relato sin relato, melancólico y etéreo, que nos confronta en seis minutos con la dimensión inconcebible de la eternidad. Se avanza por entre las ocurrencias geniales de Detournalia con una media sonrisa, como en un cuento de Lewis Carroll en 3D, hasta llegar a un ejemplar enmarcado de los Trilobites, pequeños tréboles de acrílico que Kacero ha desperdigado por el mundo convirtiendo el arte en puro don. “Este objeto viene desde Buenos Aires, Argentina”, dicen. “Les di copias a personas que viajan fuera de mi país con una instrucción simple: dejarlo en cualquier ciudad a donde hayan viajado. Así como vos encontraste este objeto acá, otras lo descubren en otras partes del mundo”. Hacia el final del recorrido, queda aleteando una paradoja que evoca a Duchamp y a Cage, pero también a Roussel y a Beckett: librándose de sí mismo, librando las palabras de las imágenes, las imágenes del relato y el arte de esa doble, triple esclavitud, Kacero ha concebido una obra personalísima que se adapta a cualquier medio, una nada sustancial que encanta y hace pensar. Corran a ver sus maravillas, antes de que se desintegren en el aire como pompas de jabón. Al MAMBA felizmente renovado con dos muestras imperdibles (más prodigios en el museo sin paredes del subsuelo), ¡salud!
Fabio Kacero, Detournalia, curaduría de Rafael Cippolini, Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, hasta el 12 de octubre.
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