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Esta novela del venezolano Juan Carlos Méndez Gúedez está destinada a ser considerada una obra maestra por los antichavistas, una obra fallida por los simpatizantes del fallecido Comandante y algo intermedio por quienes no mantienen una postura definida sobre el “proceso bolivariano”. Probablemente, ninguno de los tres bandos tenga la razón.
Leer una novela basándose en su postura política es una opción válida aunque críticamente poco fértil. Más interesante resulta observar los mecanismos mediante los cuales se defiende o se denuncia cierto sistema. En este sentido, como obra de denuncia, Los maletines resulta algo ligera y, aunque el reproche peque de esnobismo, más entretenida de lo conveniente. La trama trepidante, la comiquísima vida sexual del protagonista y la mezcla esperpéntica de novela de espías, negra y picaresca desentonan con las sórdidas escenas de tortura, con los duros episodios de violencia delincuencial y con la presencia asfixiante de la corrupción. Esto no significa, no obstante, que para mostrar las miserias de una realidad desmesurada como la venezolana se tenga que recurrir al realismo más chato o al realismo mágico. Méndez Guédez coquetea explícitamente con cierto absurdo centroeuropeo liderado por Las aventuras del buen soldado Švejk, pero se mantiene en un registro realista en el que la caricaturización a veces parece más una salida de tono que la creación de un mundo distorsionado pero reconocible, y la exageración no llega a ser generalizada como para situarnos de lleno en la sátira o en la parodia. Tanta acción —que no es necesario resumir, pues el título del libro deja entrever por dónde van las cosas— es efectiva para mostrar un mosaico de la Caracas actual, pero puede impedirle al lector ahondar en la naturaleza del chavismo y llevarlo a conformarse con la contemplación de sus efectos. Incluso podría concluirse que si esos efectos son aterradores, se debe simplemente a la corrupción de los funcionarios y no al sistema mismo, desprovisto del análisis que se advierte en otras novelas políticas latinoamericanas, de variado signo y geografía, como las del argentino Salvador Benesdra o el cubano Antonio José Ponte.
Pero Méndez Guédez no tiene obligación de escribir una novela ideológica, faltaba más, y la suya abunda en cualidades. Entre ellas se destacan la creación de dos protagonistas absolutamente entrañables; la escritura con voluntad de estilo, rica en matices, jergas, localismos y referencias, y, paradójicamente, la trama entretenida, que se criticaba en el párrafo anterior. En una generación cuyos exponentes más visibles parecen haberse olvidado de la literatura para interesarse en la política —Jorge Volpi, Santiago Gamboa—, o bien haberse olvidado de la política para mantenerse fieles a la literatura —Rodrigo Fresán, Mario Bellatin—, se agradece que escritores como Méndez Guédez sigan combatiendo en ambas arenas, que para ellos son la misma cosa.
Juan Carlos Méndez Guédez, Los maletines, Siruela, 2014, 386 págs.
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