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“Tienes que comerte las galletas cuando pase la bandeja” es la frase que se repite como un mantra en El subastador, extraño libro que retrata la biografía de Simon de Pury, marchante suizo catalogado como el Mick Jagger de las subastas. De protegido de Ernst Beyeler a mano derecha de Peter Wilson, de comprador y conservador de arte del barón Thyssen-Bornemisza (poseedor de una de las colecciones más espectaculares de arte, hoy patrimonio del museo Thyssen de Madrid) a fundador de una casa de subastas que compitió con el duopolio Christie’s/Sotheby’s, y figurando como “guía espiritual/líder carismático” del reality Work of Art, parece que la bandeja nunca dejó de pasar en su sinusoidal vida y él no se amedrentó ni siquiera cuando las cosas no funcionaban como estaban programadas, ya que para De Pury, “donde había arte, había esperanza”.
El libro se presenta como un recuento no demasiado crítico en materia de arte, pero sí de cómo hacerlo circular: “El trabajo del marchante puede consistir en encantar a la gente para hacerla comprar, mientras que el de la casa de subastas puede consistir en asustarla para hacerla vender”. Por momentos, las reflexiones del suizo parecen parodiar —de manera jocosa, incluso grosera— algunos temas trabajados por Jean Baudrillard o Don DeLillo: la alienación inevitable que conduce a la incorporación absoluta del individuo al sistema de objetos —en el que “ser” es igual a “consumir”—, el totalitarismo blando de las sociedades de consumo en las que se ha abolido la “alteridad” o la “negatividad” de las cosas en pos de su mercantilización, y aquella intuición de que los movimientos estéticos perdieron sus cualidades narrativas, pero se venden bien. La narratología del (ciber)capital parece ser la única que define quién puede ser considerado como “artista”: “El dinero trae reconocimiento, ¿y qué artista no quiere ser reconocido? Así se calcula cuánto gusta uno. Y eso es lo que hay”. De Pury lo sabe. Es por eso que cuando le preguntan hacia dónde va el arte, no titubea y afirma: “Yo y el arte vamos hacia donde va todo el mundo: a internet”, que es como decir: “hacia donde va la pasta grande”.
A pesar de ser escrito bajo los estándares de la colección para dummies, el libro de Simon de Pury deja algunas enseñanzas sobre cómo dialogar con el arte y formar parte de su mundo sin tener que (necesariamente) ser un artista —similar a aquello que dice Martin Amis sobre “conseguir la riqueza aun careciendo de talento”—, cómo olfatear oportunidades de negocios inclusive (o sobre todo, habría que decir) en lo kitsch, y sobre cómo para los mercenarios del arte la “pérdida del aura” de una obra no interesa puesto que sólo interesan los dividendos. Esto último podría condensarse bien en una frase hallada casi sobre el final del libro: “En el actual mercado del arte todos ganan, ganan estratosféricamente, y el cliente siempre tiene la razón”.
Simon de Pury y William Stadiem, El subastador. Aventuras en el mercado del arte, traducción de José Adrián Vitier, Turner, 2016, 336 págs.
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