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Atravieso la nube de polillas de papel que marca el umbral de la muestra, buscando, con fetichismo de fanático, el archivo de ese autor que muchos ―yo incluido― consideran el mayor visionario literario de lo que va de siglo. Atravieso esa nube de polillas negras que Carlos Amorales ha esbozado sobre las paredes del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, buscando, en definitiva, el fetiche Sebald. Lo encuentro brevemente, su rostro pintado por su amigo y pintor Jan Peter Tripp. Lo vislumbro fugazmente: en la caligrafía minúscula que adorna las postales que Tripp y Sebald compartieron durante décadas. Lo encuentro una vez más: en los originales de los fotomontajes que sirvieron para convertir su obra en una de las apuestas más singulares del siglo. Luego, gozosamente, pierdo el fetiche y es sólo entonces, exento de esa pulsión inicial, cuando siento que logro adentrarme en lo verdaderamente relevante: el poder consecuente de esa escritura hipnótica que se niega a detenerse. Libre, impulsado por una voluntad de paseante muy cercana a aquella que marca la escritura del autor alemán, empiezo a recorrer, distraído y sin saber exactamente qué busco, la muestra. En todos los rincones ―en los poemarios que Piedad Bonnet ha inscrito sobre un ejemplar de Los anillos de Saturno, en los hábitos de lectura que tan agudamente describe Valeria Luiselli, en la épica deliciosamente anacrónica que nos regala Guido van der Werve, en el arte cartográfico de Jeremy Wood o en los monumentos ciegos de Fernando Sánchez Castillo― encuentro sus huellas.
Y es que es este uno de los grandes aciertos de esta conmovedora muestra: producir, en torno al archivo Sebald, una operación profundamente sebaldiana, tal vez la operación sebaldiana por excelencia, la diseminación de lo propio hacia zonas extranjeras. Partir del territorio conocido para acercarse, mediante desvíos y visiones fugaces, a las esquinas menos visibles de un territorio ajeno en donde se juega una verdad tan estética como ética. Alejándose así de la pulsión fetichista que usualmente tizna las exhibiciones en torno a autores de culto, Les variacions Sebald logra algo inusitado, maravilloso y singular: poner en escena las consecuencias estéticas de una obra donde la escritura se atreve a atravesar, diagonalmente, todas la artes. Mientras el espectador se interna por los pasillos, envuelto en el rumor espectral de voces y sonidos que perfectamente produce la conjunción de las veintitrés obras audiovisuales que allí cohabitan, siente que finalmente Sebald surge como lo que fue: un escritor capaz de encontrar, en las voces olvidadas, las huellas de un arte futuro. “Un escritor es la sucesión de las variaciones sobre sí mismo”, ha escrito Jorge Carrión en uno de los ensayos que acompañan la muestra. No podría pensar en una mejor manera de expresar la forma en que se pone en escena no sólo la obra del autor, sino el gran paisaje innovador que en ella se abre. Una obra es ella y las posibilidades que en ella se abren. Les variacions Sebald demuestra que las posibilidades inscritas en el “legado Sebald” son infinitas, y que en el despliegue de estas se esconde la definición de un arte futuro.
Cosas así no ocurren a diario. Toca alegrarse.
Les variacions Sebald, curaduría de Jorge Carrión y Pablo Helguera, Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, 11 de marzo – 26 de julio de 2015.
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