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Tratemos de apuntar lo que vivió y lo que murió en la última muestra de Sofía Berakha. Podríamos señalar algo principal que no puede estar sino en el centro de donde esté. Es la palabra “metamorfosis”, que queda tintineando. Lo primero que se distinguía cuando uno ingresaba a Big Sur era el fondo de una bolsa de plástico tipo pasacalles, de varios metros de ancho por un par de metros de alto, que funcionaba de telón de fondo, agujereada y recubiertos sus agujeros con argollas plateadas. Ese friso no es lo más importante pero es lo que está por detrás realmente, lo que estaba por detrás en términos simbólicos lo saben todos los santos o lo saben los colores tétricos de los cuadros, amén.
Berakha dio un giro en su obra ―que tendía a los blancos y pasteles cándidos― para determinarse en el punto medio entre un melodrama y un panorama. Así se llamaba la muestra (Melodrama panorama) y vista en perspectiva, “con un panorama más amplio”, la cosa se va de las manos. Que algo se vaya de las manos es una manera de la catarsis a la que muy pocos artistas argentinos contemporáneos pueden empujar. Para enumerar y pasar a la deriva diría: había dos cuadros patinados en gris que tendían al gris oscuro y estaban plastificados con papel contact, parecían escaneos, estaban agujereados también. Pero los volvían magistrales unos moñitos con cinta bebé que decoraban las sensaciones. En medio de ellos, en el piso, un cuadro extraño, pintado con más negros que blancos y ciertas alusiones a los ángeles de la muerte que inventó Poe; esas invocaciones también estaban plastificadas pero esta vez el plástico no era brillante sino que opacaba. Uno podía asomarse al piso, que era también un brocal o un barril sin fondo, y sumirse a la historia del ángel, con un estilo que vulgarmente podría llamar “benjaminiano libre”, sin las alegorías del alemán y con la materialidad rudimentaria de los artículos de librería más cercanos al melodrama que al drama.
Lo genial de la muestra es que puede ir hacia la vida intensa pero a través de la insignificancia del derrumbe de algo que se nos va, un mundo sin encanto ni promesa. La historia allá adelante tiene nada más que agonía cotidiana, normalidad y personas bancando. Melodrama podría ser llanto y exageración, la tradición ingenua en su fase inútil. Panorama podría ser desaprensión y generalidad, la omnipotencia del arte aguantando los trapos. Es la reconstrucción de sí y de la pintura como espacio del sentimiento, la lógica del arte como lo incomunicable. Por ahí andaban telarañas que toman los cuadros, son como los balazos de Bony pero sin astillar nada, tramando algo en esos orificios. La tendencia telarañas se veía más que nada en un atrapasueños con unas llaves que a su vez abrían ―o cerraban― una puerta verde inglés que tenía en su centro otra tela con otras telarañas.
Es un llamamiento a la pérdida de energía, que está para perderla. Ese es otro lema con el que podríamos coronar esta muestra que es una muestra porque rescata una intuición: la pintura es una cuestión de fondo y de lontananzas. Los primeros planos son ideología, lo que nos sostiene es lo que nadie ve. Ese malentendido es tan patético como un idilio amoroso en decadencia y tan terrorífico como lo que sabe quien se corre un poco y hurga en el calor de su propia vida, tan cercana al cielo como a la tumba, una reverencia informe a lo tremendo.
Sofía Berakha, Melodrama panorama, curaduría de Javier Villa, Big Sur, Buenos Aires, 29 de octubre – 18 de noviembre de 2016.
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