En la galería Hache hay algo más que pinturas agrupadas como pequeñas familias constelares, algo más que un video en silencio donde se observan huesos transformados en piedra, manos que intentan reconocer en una piedra aquello que puede ser un hueso o lo que no. Habita una gran pregunta: ¿cómo se puede pensar una escritura visual? La exhibición Piedra, tijera, papel genera una pausa ante la posible respuesta, enmudece el vicio de entenderlo todo e invita a revisar los vaporosos caminos que Leticia Obeid transitó por fuera de la virtud y el objeto, emblemas caducos de los artistas contemporáneos.
Es conveniente creer que las pinturas de Obeid son parte de un gran relato y cada obra es sinónimo de una costura para tal narración, en principio fría pero que a medida que avanza despliega pistas y huellas de un proceso de investigación, más que una lógica, una erótica que se repite en la artista. Pero como toda piedra, la investigación tiene una superficie texturada, no es plana ni lineal. Es un desborde que atenta contra los diversos pensamientos científicos, se arma como un esqueleto de saberes, intereses y diagramas intuitivos. Recuerda a un proceso dadaísta en el que el obstinamiento y el recorte subjetivo eliminan todo orden, hay un caos transvestido en formalidad. “Veo líneas, líneas de amor”, afirmaba Daniel Melero en una canción. Esas mismas líneas Obeid las convoca al retomar la pintura. Son líneas y manchas sensibles, configuradas a partir del reencuentro con una mano entorpecida y el pincel, como el niño que vuelve a elegir ese juguete olvidado. El arte puede ser otro gran proyecto literario, plagado de manchas que acceden a ser el combustible plástico de la letra, una gran reflexión acerca de los relatos y sus diversas naturalezas.
La palma advierte un calor, los cinco dedos abandonan el rosa y se vuelven anaranjados. Los detalles quieren despertar las articulaciones, convertirlas en ese todo llamado mano. Al principio los movimientos son un poco torpes (paciencia), pero el reencuentro se manifiesta sin exigencias (afecto). Se reconocen silencios en el ambiente y entonces Leticia Obeid lo consigue: libera a la pintura del letargo mental. Es difícil imaginar el momento en el cual los artistas se reconocen en su pasado, supone un lugar que bordea el peligro y la nostalgia. La escritora Siri Hustvedt afirma que la imagen que mejor describe la nostalgia es la de una persona que abre la puerta a una habitación que imagina conocida y al entrar sólo encuentra un espacio vacío. Parece que Obeid entró a esa habitación y todo estaba tibio, la memoria la esperaba con retazos de los primeros deseos, las discusiones con amigos en la Universidad de Córdoba y en una esquina la pintura, esa forma de conocimiento a la que siempre se vuelve.
Leticia Obeid, Piedra, tijera, papel, curaduría de Federico Baeza, Hache, Buenos Aires, 9 de agosto – 15 de septiembre.
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