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Un cangrejo gigante de color rojo, con enormes pinzas y ojos saltones, muchas patas largas y extraños pelos que vaya uno a saber de dónde salen. Una visión improbable y espantosa en cualquier lugar del mundo, en cualquier lugar salvo en un museo. Crustáceo devenido objeto para la contemplación, aislado de su contexto y trasladado a una vitrina de cristal. Los recuerdos de la pequeña Svetlana Alpers correteando por el Museo de Zoología Comparada de Cambridge, con los que inicia su famoso ensayo “The Museum as a Way of Seeing”, hablan de la capacidad de los museos de instaurar un objeto como algo digno de ser observado. Así, arrancado de la playa paradisíaca que supo ser su hogar, el cangrejo deja de ser cangrejo para convertirse casi en obra de arte.
¿Qué pasaría si, por el contrario, el contexto se infiltrara en el museo? ¿Qué pasaría, por ejemplo, si a un museo municipal se le ocurriera invitar a treinta y cinco artistas a instalarse en su edificio durante sesenta días? A modo de experimento museográfico, el Museo de Arte Contemporáneo y el Museo de Bellas Artes de Bahía Blanca decidieron instalar una residencia para artistas en medio de sus salas. Cursaron la invitación a un grupo de jóvenes artistas bahienses, a algunos espacios de arte independientes, y abrieron una convocatoria para cuatro estudiantes de arte que quisieran participar del proyecto.
Rápidamente, como era de esperar, el museo se hiperpobló: había gente que iba a trabajar a sus talleres improvisados con mesas de fibrofácil y sillas de plástico, gente que iba a visitar a esa otra gente y se quedaba tomando mate o dibujando en los pasillos, y gente que iba de paseo y para su sorpresa se encontraba con una escena que poco y nada se parecía a lo que había imaginado de una tarde en el museo. Invadido de personas, ruidos, telas, tornos, plantas y colchones, el museo se transformó temporariamente en espacio vivo, respondiendo así a la pregunta planteada inicialmente. Lo que pasa cuando se monta una residencia para artistas dentro de un museo es que el museo cobra vida.
Dos meses después, los artistas ya se han ido. En los museos bahienses reina el silencio nuevamente, sólo quedan los rastros de lo que han dejado atrás: un enorme torno de alfarería abandonado en un rincón, un taller de costura en una cueva de cartón, pinturas obsesivas, túneles de chapadur y mucho más. Lejos del sopor de la institucionalidad arcaica, acá todo se funde en un solo amasijo expositivo o, como los curadores quisieron pensarlo, en un extraño jardín botánico.
En el aire silencioso de las salas ahora vacías se escucha el eco de las preguntas que el museo se hace a sí mismo: ¿qué clase de museo quiero ser? ¿un museo bullicioso o un museo silente? ¿un museo participativo o un museo para la contemplación? ¿un museo expansivo o un museo estático? ¿un museo con cangrejos embalsamados en vitrinas o un museo donde los cangrejos corren libres por los pasillos?
Proyecto Cosecha, Museo de Arte Contemporáneo/Museo de Bellas Artes, Bahía Blanca, agosto – octubre de 2013.
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