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La clasificación que cierta enciclopedia china citada por Borges hacía de los animales incluía los embalsamados, los amaestrados, los lechones, las sirenas, los fabulosos, los perros sueltos, los que se agitan como locos, los innumerables, los dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello o los que de lejos parecen moscas. Así es, no hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural, pues no sabemos qué cosa es el universo.
Algo parecido puede decirse sobre Roberto Jacoby. Frente a un artista con una astucia sólo comparable a su recorrido, podrían tomarse, en los extremos, dos actitudes: la magna retrospectiva elaborada por el Museo Reina Sofía, que reunió los trabajos más importantes en toda su extensión y trascendencia, o la (anti)muestra presentada en el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario.
Esta exhibición tiene como premisa sacar a la luz obras inéditas, malditas, un Jacoby lado B que por momentos ni él mismo recuerda haber sido. La geografía vertical del museo invita a la creación de exposiciones posibles de recorrer, a escala humana, con pequeñas salas que se tienden una sobre la otra. Los curadores Santiago Villanueva y Fernando Farina han optado por utilizar esa distribución para dar cuenta de la incompletitud, de la apertura y la falta de límite de cada una de las tonalidades elegidas, respecto de un cuerpo de obra casi inaprensible como concepto o conjunto.
Contra las enciclopedias y los diccionarios que, desde el siglo XVIII, han intentado nombrar la realidad con conceptos cerrados, Aby Warburg plantearía en 1924 un atlas abierto y móvil de imágenes que dialogan en relaciones nunca definitivas ni estáticas. Tal vez algo de eso estaba ya conjurado en la Geografía plástica argentina de Villanueva, y sin dudas cada una de las salas de este Macro jacobyano podría ser leída como un panel que nos ayuda a hacer saltar correspondencias y analogías entre obras que nunca llegaron a ser (¿hasta ahora?), y zonas o influencias de la vida vivida por su autor. Esta intrépida apuesta curatorial tiene raíces en el ímpetu del propio Jacoby, pero también en el trabajo conjunto de Farina y Villanueva en 2017 en Córdoba.
Como los círculos del Infierno dantesco, las siete salas descienden desde la luz hacia la oscuridad y van desenterrando, junto con algunas caras más o menos desconocidas de Jacoby, personajes y espectros del arte argentino. El recorrido comienza con un Jacoby clásico, que combina naturalezas muertas, retratos y formas expresionistas de la década de 1950 con contrapesos como “Cabeza de Marx sobre Papá Noel” y “El vernissage”. Luego un Jacoby | Cinético juega con un peine como quien dibuja mientras habla por teléfono y evidencia algunas fisuras del vínculo entre arte y política durante las dictaduras. Abajo llega el Poeta, espacio mental de reflexión a partir de varias publicaciones y videos. El cuarto es el Jacoby | Musical, momento fundamental en el que, además de escuchar la voz del artista, se pueden ver algunas fotos que manifiestan el espíritu de la muestra completa: son instantáneas tomadas desde los escenarios del estadio Obras Sanitarias a seguidores de Virus que crean una serie de anti-selfies, reflejos de una época analógica en que las comunidades se incrustaban en la carne. Debajo, un Jacoby | Conceptual muestra una serie de piezas que caben más fácilmente en el imaginario de su obra, donde destacan un intento fallido de obtener el Premio Chandon, un manifiesto y el registro de la sugerente Berta Jacobs. El segundo piso presenta la serie completa de (auto)retratos del Jacoby | Clown, bajo la atenta mirada de una máscara balinesa. El recorrido termina con la proyección de “Darkroom”, en una sala ya despojada de toda iluminación, tan íntima como siniestra.
En cada pieza se pueden apreciar el límite, el juego, la broma, el casi, el pero, aspectos que hacen de Jacoby un artista inasible, dionisíaco, en permanente mezcla con el entorno. Este reto curatorial no podría haber encontrado mejor lugar que la ribera rosarina para mirar a un artista porteño en sus costados más amorfos.
Desde Pablo Suárez hasta Syd Krochmalny pasando por Fernanda Laguna, Nacho Marciano, Alejandro Ros y, ¡claro!, Kiwi Sainz, las citas y colaboraciones nos recuerdan que, más allá de las obras, un legado fundamental de Jacoby es su atmósfera, una escena compartida entre cuerpos comprometidos en las políticas de la amistad. Traidores son los días que huyeron… ¿y las noches?
Roberto Jacoby, Traidores los días que huyeron, curaduría de Santiago Villanueva y Fernando Farina, Castagnino+Macro, Rosario, 15 de septiembre – 4 de noviembre de 2018.
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