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Ya fui mujer

Tomás Espina

ARTE

Si el arte contemporáneo se afirma en una serie de proposiciones lógicas y operaciones sobre el lenguaje, Tomás Espina es entonces un artista clásico. Lo es en muchos aspectos, y no sólo por el despliegue técnico que caracteriza su trabajo desde comienzos de la década pasada (la mayor de las veces, resuelto con materiales elementales, como el carbón, o derivados, como la pólvora con que materializó algunas de sus obras más conocidas), sino principalmente por su intento perseverante de “manifestarlo todo en imágenes”. Una empresa semejante es tan admirable como inevitablemente fallida, algo que Javier Villa juzga con buen criterio en el texto que acompaña la exposición y la bella pieza gráfica diseñada por Vanina Scolavino, ilustrada por una máscara de barro con tinte dorado y atravesada por una constelación de líneas que encierran un título inquietante: Ya fui mujer.

Y también lo es por el universo de temas que aborda en este nuevo proyecto: nada menos que el tiempo y sus formas rituales, a través de la convicción en la capacidad del arte de condensarlo y expandirlo en temporalidades no lineales. Espina es megalómano y por eso mismo vive a caballo entre dos mundos: entre el afán de totalidad y la certeza de su imposibilidad. Pero a veces logra permanecer en aquel pasado más pretérito porque sus imágenes son recurrencias de otras formas que forman (valga la redundancia) una cadena por definición infinita. ¿Cuál es el tiempo de las imágenes? ¿De qué tiempo data esa forma contorsionada entre la resistencia y el éxtasis, que obsesionó a Aby Warburg hasta el delirio y que aparece una vez más como expresión de la historia de la cultura en las acuarelas de Tomás Espina?

Ya fui mujer se organiza a partir de cuatro núcleos de obras que funcionan como islotes de un gran archipiélago que podríamos imaginar con forma de espiral. La serie de acuarelas aludidas conforman el grupo más grande de obras y se disponen sobre el muro como un friso desarticulado que narra el tránsito de una forma embrionaria y elemental, que se contorsiona por acción de los mismos fluidos que secreta y expulsa. El montaje es muy certero y acompaña el recorrido del espectador a través de esta secuencia de formas en anhelo de transformación, que se convierten en conjuro contra los esquemas racionales que han marcado el pulso del pensamiento de Occidente y de gran parte de las estrategias desplegadas por su arte. Con estas obras, Espina pareciera recordarnos que somos esencialmente cuerpo.

También integra la exposición una serie de máscaras de aspecto primitivo que se encuentran en la cabecera de la sala. Las máscaras son las formas de lo carnavalesco —ese momento de confusión entre roles y posiciones del campo social en desborde dionisíaco—, pero también son una imagen de la cual se valió Joan Rivière (1929) para describir la feminidad como una mascarada, una noción que luego tomaron los estudios de género para desarticular cualquier tipo de discurso esencialista sobre la condición femenina. Finalmente, este conjunto de obras son un acto de resistencia y un anhelo de una experiencia perdida.

 

Tomás Espina, Ya fui mujer, Centro Cultural Recoleta, Buenos Aires, 17 de diciembre de 2015 – 28 de febrero de 2016.

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