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Por una razón u otra, los poemas de Robert Browning no cuentan con muchas traducciones accesibles en nuestra lengua. Sin embargo, su preferencia por el monólogo dramático, esas confesiones ficticias o esos relatos desde la perspectiva de un personaje más bien indicarían en el presente cierta relevancia ineludible de una poesía que abandonó las expresiones inmediatas y que requiere de un mayor grado de objetivación. Así, en lugar de la indagación impersonal o el utópico objetivismo, el monólogo dramático viene a establecer un modo de expresión indirecto, donde no se describe una experiencia sino que se la pone en acción a través de una voz construida o encontrada. Once personas viene a traer de nuevo esta posibilidad, la de contar algo, la de dramatizar, al idioma local, en versiones medidas pero muy sueltas, casi todas en endecasílabos blancos, con verbos que siguen el “voseo”. Pero podríamos decir que se trata de un libro que pertenece al traductor, ya que eligió los siete poemas de Browning, los tres de Tennyson y agregó de su autoría el undécimo, en consonancia con el verso que más usa para recrear los poemas ingleses. Por supuesto, y también ese contraste le pertenece a Alejandro Crotto, los monólogos de Browning resultan más eficaces que los de Tennyson, cuyos personajes se ubican en el mito antes que en la historia y por ende obedecen a esquemas: Ulises el decidido, Simeón el obstinado, Titono el quejoso. Mientras que los pintores italianos de Browning tienen una intensidad muy distinta y una ambigüedad tan indecidible como la que transmitiría una voz que hubiese vivido. Poco importa entonces que Fray Lippi o Andrea del Sarto efectivamente sean los nombres que firman cuadros y encabezan sendas biografías, sino más bien que esas obras y vidas sirvan para que oigamos una verdadera voz: sus pasiones, sus dudas, sus impulsos artísticos o sexuales. La inexistencia, además, no le quita historicidad y vitalidad al personaje que monologa, como lo prueba el poema “Pictor ignotus”, verdadera obra maestra de una reflexión lírica sobre éxito y fracaso en el arte, sobre su probable indiferencia. El más literario, aunque no el menos pictórico, de los monólogos de Browning sería el de Calibán, personaje no demasiado humano de La tempestad, pero que aun así pareciera expresar la avidez misma de la vida que persiste, incluso en el vaivén impersonal del poema, que oscila entre primera y tercera persona, que incluye pensamientos no dichos en una suerte de monólogo interior.
A los diez poemas traducidos, como dije, Crotto le añade uno nuevo, un monólogo ficticio de Simone Weil, que desliza citas o alusiones a su pensamiento, escrito en un metro inusual, de quince sílabas mayoritariamente. En la elección de la voz para su monólogo se advierte la distancia que separa al traductor de sus traducidos, el siglo XIX inglés del XXI sudamericano, y quizás también protestantismo de catolicismo. El poema nuevo sin dudas logra lo que busca, pero no busca precisamente el colorido, la sensualidad, el erotismo visual de Browning.
Estas líneas son descriptivas y acaso obvias. El libro es uno de los mejores que depara el género de la poesía en la actualidad y a nuestro alcance. Las notas explicativas a cada poema, precisas, ingeniosas, valorativas, no dejan de añadir un placer suplementario a la música sincopada de tantos versos encabalgados jovialmente, a la impresión de lo que relatan los personajes, a la idea que aparece con cada pasaje dicho por estas Once personas: toda la poesía actual también puede escribirse, pensarse así, como monólogos dramáticos, confesiones de una máscara cuyas fuentes biográficas o cuyos retratos serían dudosos. Por último, un libro que despierta el impulso de escribir, ya que suscita en el lector su mascarada interior y le da ganas de acceder a esa vida auténtica, la de Calibán, Lippi o el pintor anónimo, para ser finalmente una frase en medio de un relato, un verso logrado en el flujo rítmico continuo: “Por eso yo elegí lo que elegí” —un ejemplo que mejora su original inglés.
Robert Browning y Alfred Tennyson, Once personas, selección, traducción y un poema de Alejandro Crotto, Bajo la Luna, 2015, 176 págs.
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