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Dos hipótesis de Ricardo Piglia sirven para aproximarse a la quinta temporada de la serie creada por Vince Gilligan y Peter Gould. La primera, muy difundida, es que un cuento siempre narra dos historias. Según el escritor, existe una historia visible que se mueve en la superficie y otra que avanza enigmáticamente, por debajo. No se trata de historias desligadas, sino de niveles de un relato que cuando coinciden producen el efecto sorpresa. La otra hipótesis aparece en sus diarios y tiene que ver con la obsesión. Dice Piglia o, mejor, Emilio Renzi: “No hay nada más bello y perturbador que una idea fija. Inmóvil, detenida, un eje, un polo magnético, un campo de fuerzas psíquico que atrae y devora todo lo que encuentra”. La precuela de Breaking Bad se puede leer como el encuentro de estas hipótesis. En un nivel, tenemos el relato visible: Jimmy McGill, un personaje construido en la tradición del antihéroe americano, intenta dar un salto al éxito después de muchos fracasos. Pero el modo en que elige (sin elegir) ser conocido lo aleja cada día más de la legalidad y lo acerca al núcleo de la serie: su alter ego Saul Goodman, un turbio abogado mediático que en nuestra lengua podría ser definido como chanta. Es en el otro nivel donde se revela cierta información que ayuda a entender la motivación del personaje: el fracaso, la frustración, la imposibilidad de seguir las reglas en un mundo corrupto son la semilla de una transformación que no es abrupta sino gradual. En este punto aparece la primera diferencia con la serie original: el paso del adormecido Walter White al despiadado Heisenberg es contundente; el del dubitativo Jimmy al incorrecto Saul es ambiguo, incierto, no termina de acomodarse en una personalidad (eso lo muestra menos previsible). Ambos casos abordan el devenir de existencias desafortunadas en vidas al límite que encuentran sentido en el riesgo. Pero mientras Heisenberg obtiene una respuesta en el crimen, Goodman discute con su deseo. No quiere entregarle todo a la obsesión.
Además del trabajo técnico (que no es un soporte sino un modo de narrar), la gran revelación de la serie es el personaje de Kim Wexler. Como Chuck, el severo hermano de Saul que pasó de la gloria a la locura, Wexler se fue moviendo del margen al centro tan cautelosamente que terminó condensando la tensión de la serie. Kim sostiene el delgado hilo de moralidad que le queda al protagonista. Pero, a su vez, la actitud impredecible de Saul inyecta su dosis de descontrol en la aparente moderación imperturbable de Kim. Los dos personajes se retroalimentan desde los matices, los silencios y los secretos. Los dos son víctimas de un deseo que no pueden nombrar. El desarrollo de esa relación es uno de los puntos más altos de la temporada (y de toda la serie). Kim, que no figura en Breaking Bad, parece ser el último bastión de los fragmentos dispersos de Jimmy. En ese sentido, la serie funciona como una gran respuesta a un narrador fundamental: Alfred Hitchcock. La obsesión dispara el relato y después, como dice Piglia, devora todo lo que encuentra.
Better Call Saul, guión y producción de Vince Gilligan y Peter Gould, AMC, 2020.
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