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La aproximación de Michael Mann al mundo de los hackers tiene la cadencia y la aerodinamia del western futuro. El brillo electrónico de los sistemas informáticos —que hasta aquí el cine nos había mostrado como paisajes portátiles— se transforma ahora en la fibra conceptual de un juego de gato y ratón diagramado en una dimensión inefable. Este es un thriller difícil de asir, voluble, como si a los policiales abstractos de Jean-Pierre Melville se les hubiera añadido la estética virginal de Bud Boetticher, amasada por el gusto ultratecnológico que Mann viene perfeccionando desde Collateral (2004). De las plantas nucleares de Hong Kong a las pizarras electrónicas de la Bolsa de Chicago, las imágenes de Blackhat construyen una especie de longitud de onda emocional que alcanza picos de belleza formal al límite del virtuosismo. Tiempo dilatado, pasión objetivista: Michael Mann se está transformando en uno de los pocos cineastas contemporáneos capaces de añadir y sustraer haces de sentido en un mismo movimiento de cámara o en un único corte de montaje, provocando parpadeos emocionales entre las imágenes —esas tomas aéreas, donde el vértigo de los acontecimientos se amansa momentáneamente antes de un nuevo reenvío, intercaladas con planos mucho más cercanos de los personajes y sus circunstancias, y que ya son marcas personales de su cine— y construyendo enormes composiciones sensoriales que son la prolongación metafísica de un estado de ánimo nublado, evasivo, puntadas de una erótica de violencia y algoritmos que nunca se decide a entrar definitivamente en la luz. Hay que ver cómo se sofoca una intriga complicada —inverosímil por momentos—, que deambula por media docena de países, a través de una ejecución manierista pero silenciosa, para tomar real conciencia de los extremos estéticos a los que Mann ha llevado el policial en veinte años de carrera. Si a mediados de los años setenta Walter Hill lo había estilizado con la conciencia de un boxeador exquisito, en este siglo XXI Mann lo está reactivando y excitando como si se tratara del sistema nervioso de una época desesperada, melódicamente consumida en paisajes de materia visual y sonora en reinvención permanente. Blackhat es una muestra del cine por venir —o de lo que debería ser el cine por venir—, aunque casi siempre se resuelva en escenas de un salvajismo primitivo, espartano, que el maquinismo de lujo del creador de Miami Vice honra y concede como memoria de lo que hubo antes que él.
Blackhat (EEUU, 2015), guión de Morgan Davis Foehl y Michael Mann, dirección de Michael Mann, 133 minutos, editada en DVD por AVH.
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