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El hombre más buscado

Anton Corbijn

CINE y TV

El testamento cinematográfico de ese pedazo de actor llamado Philip Seymour Hoffman es, antes que una película de espías, un notable y estilizado ejercicio sobre el estatuto de la palabra hablada en el cine contemporáneo. Es un film oscurísimo, profundamente desolador, habitado por personajes taciturnos y amargados cuyas ocupaciones burocráticas los obligan una y otra vez al ejercicio profundamente demandante de hablar para convencer. Si el mundo de los espías es el del sigilo y la clandestinidad, uno de los principales aciertos del holandés Anton Corbijn —quien dirigió hace algunos años un extrordinario biopic, Control (2007), sobre el prematuramente muerto Ian Curtis, cantante de Joy Division— es mostrarnos a sus personajes en esa delicada zona de transición cotidiana entre la oscuridad y el mutismo que rige su giro laboral y la zona de descarga que representa la interacción con sus colegas y sus objetos de vigilancia. En El hombre más buscado se habla mucho, pero si se presta un poco de atención se advierte rápidamente que la mayoría de los diálogos tiene poco que ver con la trama que alimenta la acción y mucho con una necesidad interior de los protagonistas de especular sobre un posible estado del mundo y las implicancias —casi siempre traumáticas, casi nunca reconfortantes— de su transcurso a través de él. Hoffman interpreta al jefe de un comando antiterrorista secreto con base en Hamburgo que rastrea, a través de una operación con agentes infiltrados en la comunidad islámica, una suerte de redención personal que no ha podido encontrar en el alcohol ni en los cigarrillos que consume de manera constante a lo largo de todo el metraje. Es una especie de antihéroe de cine negro, con la diferencia de que su trabajo es más bien sucio antes que redentor, y los intereses a los que responde no son personales sino corporativos. La conciencia de esa turbiedad de medios y fines está mostrada en un tono obsesivo que lo impregna todo, desde los opresivos interiores en bares sórdidos y apartamentos despojados hasta los exteriores grisáceos, de baja saturación, fotografiados en una grisura constante y pareja capaz de convertir cualquier estado de ánimo en una nube de humo. No hay aquí personaje que escape a la fatalidad —desde el turbio banquero interpretado por Willem Dafoe hasta la siniestra agente de la CIA a la que Robin Wright imprime un aura de terror que es pura voz y ojos—, y para el momento en que comienzan a aparecer los créditos —y digamos que aparecen sobre uno de los finales más devastadores de la historia del cine— es posible sentirse arrasado por una articulación cósmica del tiempo que cada una de las criaturas por ella alcanzada no ha podido más que tratar de resistir a su manera, plantando una palabra, una frase ante el prójimo, minutos antes de comenzar a deslizarse lenta pero inexorablemente en el más absoluto vacío.

 

A Most Wanted Man (Reino Unido, 2014), guión de Andrew Bovell a partir de la novela homónima de John le Carré, dirección de Anton Corbijn, 121 minutos.

6 Nov, 2014
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