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Buenos Aires aparece de la manera menos esperada en la segunda película de Glen Ficarra y John Requa. No es un nido delictivo (al menos en su variante más salvaje y despiadada), ni un coto de contaminación, ni una sucesión de espacios sórdidos. Habría que compararla con la visión que Wong Kar-wai tuvo de ella en Happy Together (1997) para empezar a hacerse una idea de hasta qué punto nuestra ciudad, filmada de la manera adecuada, puede transformarse en un juguete costoso y chic en busca de nuevos usos. Felizmente, lo que aparece ante nosotros es una gigantesca superficie de placer capaz de reclamar una nueva manera de hacer tiempo a través de ella. Y si Focus se resiente en su media hora final, ello se debe a que las películas sobre estafas y tramposos se parecen entre sí como fantasías de oro bajo: son brillantes, atractivas, fascinantes incluso, pero indefectiblemente falsas. Queda poco que inventar en este terreno luego de El golpe (1973), Casa de juegos (1987) y Nueve reinas (2000), pero de vez en cuando aparece alguien con ganas de intentarlo. Glen Ficarra y John Requa están bastante lejos de lograr una proeza de ingenio, y las astucias de su argumento se reducen al poder sobre objetos y personas propio de un mago o demiurgo, algo que ya hemos visto demasiadas veces como para que algo de todo eso resulte cautivante. Hay en Focus, sin embargo, una pasión por el lujo y el detalle, un trabajo con la consistencia misma de lo real, que la eleva por sobre sus pares y le otorga un grado de belleza y sofisticación al que el cine contemporáneo, esclavo de las CGI, nos ha desacostumbrado. La pastelería audiovisual de Ficarra y Requa tiene el atractivo de un espejo estallado que mantiene sus fulguraciones mientras cae en mil pedazos: vestuario, música y entorno urbano confluyen en un estilo cautivante, ultrasofisticado, un desliz permanente entre lentejuelas y neón que hace del regocijo visual su origen y fundamento. Podría pedírsele mucho más, es cierto, pero no sería justo, principalmente porque uno acude a ella bajo una especie de alerta catastral y a la búsqueda del reconocimiento de sus locaciones como si a eso se limitara el objetivo de ir a ver una película filmada en Buenos Aires. Pero Focus flota, y hasta es posible que, promediando la proyección, dejemos de ser conscientes de que ese enorme delirio de placer está ahí afuera, a las puertas del cine, latiendo expectante. Ficarra y Requa filmaron Buenos Aires como pocos; nos atreveríamos a decir como nadie. Se le animaron con el ánimo y la libertad que sólo otorga el gusto por la belleza. En tiempos de aplanamiento cultural, donde el exploitation tercermundista con su feísmo falsamente documentalizante vende y recauda, esta golosina para los ojos, inofensiva y trivial, resulta tan anacrónica y disfrutable como el agodón de azúcar. No es poco. Pasen y vean.
Focus (EEUU, 2015), guión y dirección de Glen Ficarra y John Requa, 104 minutos.
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