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ARTE

Obrador es una instalación que continúa las obras anteriores de Lorena Fernández —Comando de Románticas Hardcore, Espacio de trabajo y, sobre todo, Teatritos (parcialmente reproducida en esta muestra)— y las deja crecer, las deja seguir. Lo que llega a nosotros no son más que las migas de un diálogo apasionado e ininterrumpido que Lorena Fernández lleva adelante con todo lo que la rodea. Esta artista carga con una de las miradas más alucinadas, más encandiladas con el mundo que puedan rastrearse en las cínicas tierras de esta modernidad atildada: la juventud, la luz cayendo sobre una pared, la música, el boceto, el error, los gatos, sus amigos, los libros, el rencor, los manifiestos, los cuerpos… Y en Obrador la danza de las cosas como amplificadores sensoriales es uno de los temas. Esta poligamia desbocada con los objetos adquiere una sintaxis propia, inaugural, que estimula el duelo pero sobre todo la seducción de la materia entre sí. Se trata de una sintaxis que no para, que es un río, que abandona la fotografía para ir hacia la instalación, hacia los objetos mismos, siguiendo la atracción de la materia.

En poco tiempo desembarcarán en las librerías locales dos exponentes del realismo especulativo (o “una filosofía orientada a objetos”): Quentin Meillassoux y Graham Harman. Se encontrarán, entonces, una filosofía y una obra. Harman toma a Heidegger en su distinción entre la herramienta y la herramienta rota: sólo vemos la herramienta cuando se rompe, cuando sale de su esfera de invisible eficacia para ser una presencia llamativa (¿por qué se rompió esta lamparita? ¿cómo es que mi corazón late así?). En términos de Harman: ‟Referirse a un objeto como ‘herramienta’ no es decir que se lo explota brutalmente como el medio adecuado a un fin, sino que se encuentra en medio del duelo universal entre la ejecución silenciosa de la realidad y el aura brillante de su superficie tangible. En resumen, la herramienta no ‘se usa’; la herramienta ‘es’”.

Obrador es un espacio en el que ese río de herramientas rotas ha ido mutando desde la inauguración y lo seguirá haciendo: Lorena Fernández acude a la galería y modifica todo, fotografía la disposición anterior y la expone ahí mismo (el esto ha sido: ‟el solo hecho de empezar a fotografiar hace que todo se reconfigure”), acude porque Carlos Herrera, Gerardo Naumann, Guido Ignatti y Marcelo Dansey también van y hablan entre objetos, se confiesan, intervienen, improvisan.

Lorena Fernández sigue yendo porque escucha el ansia del tiempo por transcurrir, por sumar, escucha incluso el ruido opaco de muerte que todo lo ordena y que todo lo convierte en fascinación: lo que brilla, lo floreado, lo que dialoga, lo que cuelga, lo que baila, lo que corta con delicadeza, lo negro, lo que separa, lo rosa, lo que funde, lo amontonado, lo que protege, lo que ama.

Porque casi al revés de lo que dice Harman —“la mente es un animal de madriguera que cava y cava profundo hacia abajo, hacia arriba o hacia los costados en el interior de las cosas”—, Fernández es el cuenco que recibe sin pausa el enloquecedor sonido del mundo y logra descifrarlo con un fin; en sus términos: ‟Como quien prepara el bolso antes del viaje. Todo es amuleto y conjuro. Y nadie sabe cómo es el clima allá. Ya es tarde. En voz alta las cosas cantan”.

 

Lorena Fernández, Obrador, Espacio Kamm, Buenos Aires, 8 de marzo – 11 de abril de 2015.

9 Abr, 2015
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