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Francofonía

Alexander Sokurov

CINE y TV

La gran figura de baile que en El arca rusa (2002) trazaba Sokurov a lo largo y ancho del Hermitage se transforma en el Louvre y en Francofonía en una pesquisa errática y litúrgica entre pesadilla y realidad. Sokurov es poco propenso a los monumentos, se sabe, lo que no le impide pulir y perfeccionar a través de los años su magistral talento para capturar las últimas escenas de un tiempo cualquiera. Y si el culto a las superficies que practicaba aquel noble francés posnapoleónico en El arca rusa encontraba una prolongación algo molesta en ese falso y algo forzado plano secuencia total, la fragmentación y la heterogeneidad de materiales de Francofonía viene —felizmente— a desacomodar cualquier noción de ritmo y posición frente a aquello que nos sobrevive y, por lo tanto, a jugar con una suerte de historicidad fantástica, a medio camino entre la especulación vagamente teatral y un saber opaco, siempre esquivo, atado a la fascinación de Sokurov por otorgar movimiento real a eso que llamamos “pasado”. Los cuadros de El arca… construían el puente invernal de la historia rusa entre el nacimiento del Imperio y la llegada de la Revolución bolchevique, y la opción estética de Sokurov —es decir, el cúmulo de decisiones estéticas que encubría el falso plano secuencia antes mencionado— era un intento de otorgar un sentido posible —una conciencia humana, en definitiva— al movimiento misterioso e indescifrable de la emoción creadora. Ese ejercicio respiratorio (casi una maniobra de reanimación artificial) se extiende ahora al ciclo de fundación, pérdida (a manos del invasor) y recuperación del Louvre, que Francofonía capta a través de las tensiones culturales subyacentes a cualquier guerra de una manera sólo comparable a la pasión contradictoria de las “radiaciones” jüngerianas, por la forma en que los diarios del autor de Tempestades de acero recuperaban el espíritu tétrico y galvánico de los años de la ocupación. Ahora Sokurov no inventa sólo un recorrido posible, sino una constelación completa de lenguas y materias imaginarias donde mantener a salvo la memoria póstuma del siglo XX, que empieza para él con Tolstói y Chéjov y termina con dos pulcros funcionarios sentados el uno junto al otro en sillas casi indignas para la ocasión, acaso uno de los planos más contundentes y soberanamente aleccionadores (en el mejor sentido del término) filmados hasta ahora por el director ruso. En esa curiosa simetría final entre Jacques Jaujard, director del Louvre por aquellos años, y el conde Franz von Wolff-Metternich, enviado de Hitler para la preservación del museo francés en medio de la hecatombre, se tensa la cuerda del arte como ciencia probable del espíritu humano, lugar donde casi nunca conviene intentar leer el presente a riesgo de amortajar demasiado temprano aquello que todavía tiene mucho por decir.

 

Francofonía (Francia/Alemania/Holanda, 2015), guión y dirección de Alexander Sokurov, 88 minutos.

 

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