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Japón, siglo XVII. En la ladera de un volcán, algunos hombres son atados violentamente a unas cruces de madera. A continuación, se les vuelca sobre el cuerpo desnudo el agua casi hervida que sale a borbotones de la profundidad de la montaña. Los verdugos son cuidadosos, usan grandes cucharones de madera agujereados, para que el agua cumpla su cometido de a poco y el suplicio se prolongue. Perpetradores y torturados son japoneses. Sólo un occidental observa el tormento con gran sufrimiento, arrodillado, y sujeta entre sus manos un rosario de madera. Así, toda la secuencia se tiñe de religión, el espectador comprende que los martirizados son cristianos. Desde esta primera secuencia, la última película de Martin Scorsese se sumerge en la historia del cristianismo en Japón. O, más precisamente, en su última etapa, signada por la violencia anticristiana oficializada bajo el shogunato de Tokugawa. Guiado por la novela de Shusaku Endo (1923-1996) también titulada Silencio ( 沈 黙 / Chinmoku, 1966), Scorsese construye un relato minucioso desde la perspectiva de un jesuita portugués, Sebastião Rodrigo. Este joven misionero ingresa a Japón clandestinamente con un objetivo preciso: encontrar a su maestro, Cristóvão Ferreira, sobre quien se rumorea que ha abjurado de Cristo.
Más allá de algunas imprecisiones idiomáticas que ya son marca registrada del cine hollywoodense (los personajes portugueses hablan inglés), el film de Scorsese es inteligente en su recorte. Elige no tanto contar el gran relato de la misión jesuita en Japón, sino más bien reconstruir las contradicciones que atraviesan al protagonista. Es el viaje de este entusiasta jesuita lo que marca el camino de la película (que, en este punto, sigue también los pasos del novelista Endo). Traslado de su cuerpo, periplo emocional y recorrido místico, el viaje de Rodrigo supone una crisis de su propia identidad. En el comienzo de la narración, una certeza marca las decisiones del joven jesuita: él parece saber a ciencia cierta que la apostasía de Ferreira no es posible. Esa convicción irá dejando paso, a lo largo de la película, a múltiples dudas: ¿por qué misionar en una tierra que persigue cristianos?, ¿por qué exponer a los japoneses conversos a la tortura y al martirio?, ¿a qué se debe el éxito la persecución?, ¿será que Ferreira sí apostató? El propio Rodrigo formula una megapregunta, que contiene todas las anteriores y da sentido al título del film: ¿por qué Dios permanece en silencio frente a la sangre de sus mártires? La puesta en crisis de los ideales religiosos podría haber sido el verdadero plato fuerte de Silencio. Sin embargo, hay en el desenlace de la película una reivindicación de la identidad cristiana que parece relativizar el complejo viaje que Rodrigo debió transitar. Este personaje ficticio, álter ego del personaje histórico que fue Cristóvão Ferreira, termina siendo un espejo moderado de su maestro. En él, lo ambiguo no es verdadera mixtura cultural, sino sólo dicotomía entre apariencia y realidad.
Silencio (EEUU, 2016), guión de Jay Cocks y Martin Scorsese basado en la novela de Shusaku Endo, dirección de Martin Scorsese, 161 minutos.
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