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Antes de que cierren las fábricas, vendan los muebles, liquiden las últimas tuercas. Antes de que ese sueño se desvanezca y que sus fotos se quemen, descendamos un poco más, hacia el cuerpo trabajador, adentrémonos en su anatomía. Surgida del comercio entre la medicina y otras ciencias afines —especialmente la química—, la fisiología transformó la concepción de la naturaleza y el valor de las funciones vitales, sustituyéndolos por taxonomías y la geometría del movimiento. Primero fue la gimnasia; después, la educación física y más tarde, la ortopedia. En la evolución de estas prácticas, se forjó un cuerpo dócil y útil para la gran industria decimonónica, basado en la fuerza muscular localizada —promoviendo el vigor y la robustez del organismo— y así continuó hasta mediados del siglo XX.
Se trata de un proyecto ambicioso que no está exento de peligros y desafíos de toda índole: planificar la especie humana y el deseo de lograr una total compatibilidad de las acciones con una unidad de medida productiva. ¿Cómo lograrlo? A través de técnicas que modelan cuerpos y subjetividades, estudiando los movimientos infinitesimales y milimétricos del cuerpo y aplicando un principio rector: la imposición del organismo sobre el cuerpo. Integrados en una unidad central, los gradientes proteicos, las glándulas hormonales y la formación de tejidos a partir de células se ajustaron para cumplir una función específica. En este marco, es posible hablar de mecanización de las funciones del cuerpo, entendida como la puesta en marcha de su mecanismo natural. El ejemplo privilegiado del cuerpo políticamente dócil lo constituyen figuras como el autómata, el robot o el hombre-máquina, encarnadas en el obrero, el soldado o el prisionero. Todos responden a un esquema común: un cuerpo segmentado, articulable ad infinitum y fragmentado en regiones autónomas que responden a órdenes diferenciadas.
En el corazón de la maquinaria se instala Electrosoma, de Romy Castiñeira. Inaugurada en la galería Bithouse de Córdoba a finales de julio de 2025, esta obra de sitio específico se despliega por tramas materiales. Al avanzar entre los engranajes, lxs espectadorxs se adentran en un ritmo marcado por la dureza del cemento gris y las curvas que rompen su homogeneidad. Electrosoma opera como un switch, activándose en un tiempo y lugar determinados, pero buscando gestos inesperados: ¿cómo habitamos los espacios de trabajo?, ¿cómo habitan nuestros cuerpos esos espacios?, ¿cuál es el pulso de sus movimientos, los pequeños desvíos, los corrimientos posibles?
Alojada en el sistema nervioso de la galería, la obra de Castiñeira refleja un proceso en evolución, con una estética depurada que fusiona danza contemporánea con engranajes de inspiración industrial. Los conductores trazan un recorrido entre resistores, inductores y cuerpos, entrelazando materiales sintéticos como plástico y poliuretano. Más que simples componentes, articulan la mecánica del ciclo —un bucle con vía de retorno—, pero también sugieren otros sentidos posibles: la fuga y el desvío. Entrar en el circuito es volver sobre la propia experiencia y regresar al cuerpo como campo perceptivo, donde cada faceta es una deriva.
La escenografía fabril nos remite a un sistema uniforme de trabajo de jornada completa para toda la vida (extensio) organizado en una sola localización industrial (spatium). La territorialidad del trabajo se configura mediante la distribución de espacios cerrados y diagramados, el desplazamiento regulado y la trazabilidad del entorno (ir de un punto a otro), la asignación de funciones y la incorporación de los cuerpos a un ritmo productivo que exige docilidad y domesticación. Los flujos de circulación están predeterminados, los movimientos se orientan en un sentido y no en otro. Lo fundamental de esta maquinaria es el punto de aplicación de una fuerza resultante ejercida por la fuerza de atracción de la Tierra sobre un cuerpo considerado como uno y el desplazamiento relativo de ese punto de aplicación: ¿cuándo empieza el momento de perderse, allí mismo, en ese espacio tan reglado?
Ingresamos a la galería, ante nosotros tubos de pvc trepan por paredes, suben y bajan por las mesas, ramificándose en estructuras que evocan un entramado vegetal. Su trazado, similar al micelio que se extiende por el suelo, teje una malla que se adhiere a superficies y atraviesa el mobiliario, imitando la proliferación de un hongo artificial. Dentro de este entorno, Electrosoma ocupa los intersticios del espacio: rellenando el espacio ciego, componiendo en los huecos y en los respiros, conecta y reconecta trayectorias con inclinaciones propias. La elección de los tubos no es arbitraria; su cromatismo opera como un mecanismo conceptual. El verde actúa como un croma audiovisual: contrasta con los tonos de piel y vestimenta de lxs visitantes, facilitando el relieve de unos elementos sobre otros en un juego de figura-fondo con la arquitectura de Bithouse.
Avanzamos y vemos otros elementos, un cuadro de gran tamaño con instantáneas y en algunos rincones, una intersección angular donde están dispuestos grandes televisores y espejos que reproducen audiovisuales. En cada esquina un video y el reflejo de los espejos que, dispuestos en contigüidad, proyectan un holograma espectral de ese cuerpo. En estas proyecciones, la artista realiza secuencias abreviadas de movimientos. Pero las coreografías despliegan también flujos, en cada movimiento un signo, una consigna y una textura. El cuerpo se envuelve en los pliegues estriados de paredes, escalones y bloques de cemento, creando un diálogo de encastres mutuos entre la artista y el diseño arquitectónico. Las coreografías funcionan como procedimientos de espacialización y territorialización en la dirección de la curvatura que esbozan: algunas superficies se contraen hacia adentro, creando depresiones y huecos, mientras que otras se curvan hacia afuera, creando lomadas y laderas. Un embrión queda ahí, cuerpos en el espacio vacío de la oficina, un cableado hecho de tejido vivo. Hasta que algo se corre de lugar.
La infraestructura de Electrosoma emerge en relieve: los cuerpos se disponen en contigüidad con el tejido plástico y en sentido reverso, el cableado se acopla a coreografías somáticas. Castiñeira configura un híbrido que incorpora el hardware —representado por tubos, circuitos eléctricos y audiovisuales— con flujos semióticos —códigos, información, axiomáticas y normas—. Ambos son espacios oponibles, lo plástico y las coreografías, esos extremos, los tubos de pvc y el cuerpo, se reúnen. Ahora lo vemos, los planos no cesan de interferirse, contaminación cruzada de registros, en los límites entre cuerpo y máquina, ambos planos no cesan de actuar el uno sobre el otro, y de introducir, bien una corriente de flexibilidad, bien un punto de rigidez.
¿Qué signos se trafican hoy? La oficina y la empresa. Salas de reuniones y espacios de trabajo compartido. Un cuerpo que habita en esos intersticios, un poco de carne sin pasado y sin nombre. Esta es una fábrica silenciosa: ni golpes de martillo ni chirridos metálicos ni zumbidos molestos. Y, sin embargo, el silencio está lleno. En Electrosoma escuchamos una respiración agitada: roces, suspiros, frecuencias. Primero, una inhalación que traza un movimiento circadiano; después, la exhalación se despliega en ecos mecánicos, una repetición constante que teje una atmósfera y produce una sensación envolvente.
La muestra de Castiñeira está habitada por dos ritmos expresivos. Una línea de continuidad que evoca pulsaciones cardíacas: sístole y diástole, inhalación y exhalación. Las cajas distribuidoras actúan como interfaces sensoriales, orejas y bocas emisoras que capturan sonidos ondulantes, capas de frecuencias y layers de modulación que expanden y contraen la biomasa de la galería bajo un tempo constante. El otro plano es el contrapulso, son los cortes que tienen como punto de intensidad las coreografías de danza y los movimientos circunstanciales. Lo que alcanzamos a ver en las pantallas del circuito son coreografías entrecortadas y glitches, secuencias donde el cuerpo feminizado de la artista se desenvuelve en la tensión y el estiramiento, una interrupción y un patrón que se repite en loop, en la inmanencia de los músculos, tendones y articulaciones, el deambular sin rumbo aparente. No hay motivo, sólo repeticiones y desplazamientos entrecortados en dirección a la variación de intensidad.
El entorno de trabajo es hoy la oficina, las salas de reuniones y el coworking, que es potencialmente cualquier sitio. Pura espacialidad de límites móviles donde imperan técnicas de poder cada vez menos evidentes, pero más sutiles y eficaces. Un control renovado sobre espacios abiertos, transparentes y deslocalizados. En el horizonte sensible de la práctica de Castiñeira, lo somático y corporal se despliega como una gestualidad constante, una genuflexión continua. La relación entre movimiento y vínculo es instructiva. Lo somático, más que una forma cerrada, es un estilo y una técnica imbricados en una relacionalidad ampliada. Cuerpos que se mueven, cada aparición de lo corporal produce la sensación de que está expuesto en su fragilidad. ¿Cómo influye esta deriva sensorial en movimientos automatizados (como caminar) y en habilidades finas (como escribir)? Una postura del cuerpo en su rugosidad y sus pliegues, un pensamiento que emerge desde los gestos menores, un movimiento que activa el plexo, la inclinación de brazos y articulaciones.
Átomos aislados, competitivos y emocionalmente exhaustos: el cuerpo social está fragmentado. La fábrica ya no es un lugar físico, sino una red difusa de estrés y rendimiento, donde el lenguaje y el afecto se convierten en territorios de explotación. Frente a esto, ¿cómo habitan nuestros cuerpos esos espacios ahora ubicuos?, ¿cuáles son el pulso de su imaginación, los movimientos del deseo y los corrimientos posibles?
Un día de tantos la oficina quedará sola; en el estudio, en el escritorio, en las habitaciones: nadie. En los baños, en la sala de exposición donde se amontonan cuadros, en los rincones verdes, en la cocina: nadie. Y, sin embargo, Electrosoma estará allí, en ese umbral, respirando entre los jadeos del plástico y el murmullo de los cuerpos. Nuestras manos separadas permanecerán en esas paredes, las coreografías asimétricas que presionan las palabras, las mismas formas, las mismas letras ahora para otras personas, para otros cuerpos.
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