TEORÍA Y ENSAYO

Hay algo con los números que se nos impone. Desde la manía por el horóscopo hasta los números que se juegan a la quiniela o, como sucede cada tanto, cuando se alcanza la pulcritud de un aniversario cerrado. Pasa eso, o pasó a lo largo del año, con los cien octubres que nos distancian de la Revolución Rusa. En este breve ensayo, Martín Kohan nos entrega a las mieles de revisar algunos detalles marginales que sirven como entrada a esos días que cambiaron el destino de la humanidad y que, como anuncia en el primer capítulo, abrieron una era de la historia que todavía sigue siendo la nuestra. Mal que nos pese.

En 1917, lo que tenemos es el despliegue de esa vena ensayística que Kohan ya había mostrado en el tratamiento de otra serie de mitemas, en aquella oportunidad los boleros y su construcción de lo amoroso. Y si en Ojos brujos actualizaba su modo de leer fuertemente afincado en la crítica estructuralista tamizada por algunas preocupaciones por demás francfortianas (la cuestión de la “industria cultural”), aquí tenemos entre manos un despliegue pulcro de esa misma pasión estructuralista, atenta al detalle y a la organización dicotómica que, bien revisada, siempre demuestra confundirse con su contrario. ¿Dónde encontramos esos momentos estructuralistas? En el modo en que recorta los grandes nombres de la Revolución. Así, Lenin es escritura orientada a la acción, pero también escritura en sentido puro, y después oralidad, y finalmente tartamudeo o gesto en sus momentos finales, cuando trata de dictarles, afásico, sus ideas a sus secretarias. Escritura que es testimonio de la fuerza vital, pero también registro de la muerte: Trotski, asesinado por Mercader, derrama su sangre en unas páginas que se encontraba escribiendo dedicadas a Stalin. Y finalmente, secreto: la última parte recoge la anécdota de Breton y Trotski viajando en auto, y cómo, a mitad de camino, Breton es expulsado por el líder comunista y es enviado al otro auto de la comitiva. Las razones de la expulsión nunca se supieron o se sabrán.

Escritura, oralidad, secreto. Esas tres unidades no pueden sino recordarnos a Barthes, quien parece el verdadero fantasma que se quiere invocar en cada una de las páginas de este breve libro. La prosa cuidada, puntual, se revuelve precisamente orientada a ese gran nombre, quien también supo diseccionar la lógica burguesa a través de la revisión de sus “mitologías”. Kohan va hacia el mito, pero desde la anécdota marginal (por eso la importancia de las biografías y correspondencias que cita), y lleva adelante el despliegue de un estilo que tiene que ser escueto, porque, extendido, podría caer en el tedio. Kohan y sus precursores: 1917 casi invita a volver al Barthes de El susurro del lenguaje para poder armar la genealogía del verdadero tema del libro, el despliegue de un estilo metódico que puede hablar un día de boleros y otro de intelectuales rusos. Disfrutamos con ver la fría arquitectura de una escritura que neurotiza la praxis. ¿Será el estructuralismo del Barthes de finales de los sesenta el estilo del cual el ensayismo argentino no se puede desprender, su propia época histórica abierta en los ochenta y todavía no cerrada, mal que nos pese?

 

Martín Kohan, 1917, Ediciones Godot, 2017, 96 págs.

11 Ene, 2018
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