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“Ahora yo llego a sospechar de toda la Historia de la literatura. Quizá todo sea retrospectivo y póstumo”. Palabras de Borges que anotó Bioy Casares en su diario, en 1965. No es la única ocasión en que Borges dudó de la historia de la literatura, y de los escritores que escriben para figurar en esos catálogos; la historia de la literatura es una disciplina sospechosa. Luis Chitarroni, en esta recopilación de clases dictadas en 2016 en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, parece haber abrazado con alegría o resignación lo retrospectivo y lo póstumo. Su “breve historia” propone, más que una línea de tiempo, una red, y en esa red el centro es Borges.
Las diez clases modulan su tema, “especie de relectura de la literatura latinoamericana a partir de la lectura que muchos escritores hicieron de Borges”. No se trata de un rastreo de influencias, sino de una presencia que organiza el relato. Borges aparece como el precursor de escritores disímiles; el razonamiento evita la inversión cronológica que el propio Borges propuso para los precursores de Kafka, pero sigue la misma lógica: escritores que en nada se parecen entre sí lo tienen como antecedente común. Eso vale para los que lo leyeron hasta la copia y la reescritura, como Cabrera Infante, Elizondo o Cortázar, para los que tuvieron relaciones más o menos personales como Elena Garro o José Bianco, pero también para aquellos que, como Lezama Lima o Donoso, no parecen haber sufrido la menor influencia o “le dieron la espalda”, pero se conectan con él como si se tratara de un destino por su relación con el barroco español, la erudición dispersa o la lectura de Henry James. Nada parece haber quedado fuera de su influencia, ni siquiera zonas tan alejadas como el cine, el periodismo o la literatura española.
La transcripción de las clases conserva la gracia del tono de Chitarroni: las digresiones, las conexiones inesperadas, la erudición juguetona, aunque la sintaxis oral es mucho menos compleja que la de libros como Mil tazas de té (2008) o Ejercicio de incertidumbre (2008). También puede intuirse en estas clases cierta autobiografía intelectual. El recorrido recuerda las apologías y los rechazos que circularon en el mundo de la literatura en los años ochenta y noventa, cuando Fogwill se burlaba de “García Marketing” y el grupo de la revista Babel, en el que participaba Chitarroni, movilizaba sus filas contra enemigos como los escritores del boom, el realismo y la literatura comprometida. Sin embargo, y aunque se encuentran ocasionales y disfrutables maldades, lo que domina es la celebración. “Yo creo que el motivo de estas reuniones es despertarles el apetito y no servirles un almuerzo ocasional”, dice al principio de la clase cinco. El efecto está logrado: este es uno de esos libros que se terminan con una lista de lecturas pendientes, y el evidente disfrute en las largas citas que se intercalan es contagioso.
No puede evitarse, también, cierto tono melancólico. Basta revisar el índice analítico (¡un libro argentino con índice analítico! ¡emoción!) para notar que la historia no avanza en el siglo XXI, quizás porque tampoco llega al presente la influencia de Borges, lo que sería en sí un motivo para la melancolía. Los más actuales entre los escritores leídos son C. E. Feiling y César Aira: el amigo muerto y el más consistente de quienes han experimentado la literatura como una práctica terminada. En cualquier caso, aunque no sabemos si la literatura es algo que ocurrió en el pasado, bien vale disfrutar de estas lecturas festivas.
Luis Chitarroni, Breve historia argentina de la literatura latinoamericana (a partir de Borges), Malba, 2019, 253 págs.
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