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Las reflexiones de Michel Onfray han obtenido resonancia en las últimas dos décadas por su habilidad para insertarse en debates contemporáneos y su intención explícita de revisar producciones teóricas relegadas. Una mordaz (aunque algo anacrónica) crítica a los monoteísmos, el opaco destello de una gramática política de cuño ácrata, la recuperación de la escuela cínica, una osada pretensión de reescritura de la filosofía canónica occidental desde sus márgenes y una polémica biografía de Freud pueden componer una lista útil para caracterizar su trabajo. Sus postulados elaboran un esquema emancipador, barnizado de chispazos de hedonismo, opuestos sin embargo al consumismo imperante. Sus obras suelen bordear el andarivel de una apelación didáctica que tiende a desembocar en la sintonía de un discurso de divulgación. A ello deben agregarse sus intervenciones públicas con artículos coyunturales que intentan posicionarse como un signo irreverente. En sus textos se compaginan grandes firmas (Stirner, Nietzsche, Deleuze, Foucault, Vaneigem) mezcladas con una reivindicación de Mayo del 68. Onfray se esfuerza en construir la imagen de un heterodoxo, pero de alguna manera puede verse su coquetería y en ocasiones resulta difícil no preguntarse cuánto de espejismo hay en todo ello.
Cosmos. Una ontología materialista es, según el propio Onfray, el primer libro con el que se siente satisfecho: “Transformar una catástrofe en fidelidad, he aquí lo que se propone Cosmos”. Podría leerse como un manual de insospechadas redes de salvataje. Onfray se torna optimista al desear establecer un giro copernicano en la concepción ontológica tradicional, y supone que de ese modo la especie tendrá un horizonte alejado del nihilismo. “Mi nietzscheanismo —escribe, y se percibe el núcleo de su reflexión— procede de este pensamiento que proscribe las metafísicas, que debería hacer imposibles las metapsicologías y que obliga a abogar por una ontología materialista”. Onfray denuncia el actual estado del vínculo entre el hombre y el saber, atravesado por los bruscos cambios políticos, sociales, éticos, estéticos y existenciales que nos enfrentan al dolor de reconocer que procesar información no es lo mismo que comprender, ni mucho menos equivale a participar en la transformación o en la creación de nuevos significados. Por momentos, su vehemente trabajo se acerca a procedimientos retóricos y argumentativos de un tono progresista varado en el sentido común. En su afán por configurarse en ícono de la transgresión, no siempre evita repetirse en las convicciones con las que hace años anhela interpelarnos, y su intención sucumbe a veces en la toma de una posición que porta una rebeldía menos salvaje de lo que parecería ofrecer.
No parece falaz la impresión general de Onfray: vivimos como si el infierno se hubiera instalado en la tierra, donde el triunfo de la religión del capitalismo parece no presentar oponentes. Su perspectiva resulta muchas veces convincente, pero su plan de acción es errático, o inocente.
Michel Onfray, Cosmos. Una ontología materialista, traducción de Alcira Bixio, Paidós, 2016, 496 págs.
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