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Derrida

Benoît Peeters

TEORÍA Y ENSAYO

Recién editado en castellano, el libro de Benoît Peeters viene a completar el conjunto de anécdotas y remiendos biográficos que los derridianos solíamos coleccionar a falta de una verdadera biografía. Sus antecedentes –el currículum vítae que el mismo Derrida redactó para acompañar la “Derridabase” de Geoffrey Bennington y el breve Retrato de memoria que Maurizio Ferraris le escribe como despedida– no hacían más que intensificar la avidez de datos que suelen padecer los especialistas, esos adictos a las particularidades del sujeto que Henry James retrató en Los papeles de Aspern. Las casi setecientas páginas de este Derrida aparecen en el momento justo para mitigar ese vacío. No sólo porque Peeters compulsó el material, inexplorado hasta el momento, de los dos archivos personales de Derrida –el de la Special Collection de la Langson Library de Irvine y el fondo Derrida del Institut Mémoires de l’Édition Contemporaine–, sino especialmente porque hizo más de cien entrevistas. Y la circunstancia de que tal vez no haya una nueva oportunidad para entablar contacto con quienes fueron sus allegados acrecienta el valor de estos testimonios.

Los resultados de la investigación se disponen en tres etapas. La primera reconstruye sus años en la Argelia colonial, sus vínculos familiares, y expone las intensas amistades y los fracasos de “Jackie”, el estudiante torturado que aún no se ha construido como autor, al punto de no haber adoptado todavía el nombre con el que luego será conocido como uno de los filósofos más importantes del siglo XX. La segunda revela el constante trabajo de parto que representa la escritura en el contexto de la cultura parisina: una fiesta de nombres rutilantes e intervenciones célebres, pero también un circo, bolsa de gatos intelectuales. El título de uno de los capítulos, “A la sombra de Althusser”, presenta a Derrida como el Proust de la filosofía que necesita distanciarse del entorno para poder conjurar “el riesgo de la excesiva dispersión”. Por un lado, las abundantes cartas citadas –piedras preciosas del texto– dibujan el perfil del enfant terrible de la universidad francesa; por otro, como Peeters no consigue dar cuenta de una serie de universos ajenos a los lectores no franceses, explota el recurso de remitir a Wikipedia. La última parte corresponde al momento de gloria de la deconstrucción, y por eso también de mayor agitación para quien forjó el concepto. Surgen entonces otros aspectos, antes soslayados. Mientras que la primera y la segunda parte destacaban la tendencia melancólica de un profesor esforzado que avanzaba a contrapelo de la corporación filosófica parisina siendo “su propio proletario”, en el tramo final irrumpe la imagen del rock star del pensamiento, como si el seductor, hijo del éxito, naciera recién a los sesenta años.

En la “Introducción”, Peeters declara que no pretendió escribir una biografía derridiana ni tampoco una biografía intelectual, sino simplemente una biografía de Jacques Derrida. Efectivamente, consiguió producir una herramienta necesaria y además entretenida, pero que carece del misticismo y del amor que el biografiado inspira en sus lectores. Su Derrida no transmite más que un interés anecdótico por los intercambios filosóficos y las discusiones en los que nacieron muchas de las ideas más potentes de la filosofía contemporánea.

 

Benoît Peeters, Derrida, traducción de Gabriela Villalba, Fondo de Cultura Económica, 2013, 681 págs.

 

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30 May, 2013
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