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En su intento de garantizar un modo de vida (llamémoslo ”universal”), la sociedad capitalista exige de nosotros un rendimiento insólito, lleva a niveles de estrés que imposibilitan su propia sostenibilidad. Ante ello, Peter Sloterdijk (Karlsruhe, 1947) ensaya en Estrés y libertad un juego de aplicación de la ética beckettiana, apoyado en la propuesta de una “libertad a partir de la huelga contra la existencia de lo real”. En su búsqueda, analiza dos sucesos decisivos que marcaron el nacimiento de la libertad (Freiheit) en la civilización occidental: primero —quizás el mejor fragmento del texto—, un episodio sumamente violento que figura en el primer libro de Tito Livio, Ab urbe condita, en el que la conciencia de los romanos se revela ante la vileza del tirano Sexto Tarquinio, quien con altanería viola a la virtuosa Lucrecia. Este episodio le sirve a Sloterdijk como ejemplo de un movimiento revolucionario de carácter libre (y burgués), que confronta a la clase dominante. Aquí el sujeto de la “libertad” antigua toma la forma del pueblo o, para ser más precisos, un complejo hecho a partir del demos y el ethos, que da lugar a la polis. El otro episodio que rescata Sloterdijk se sitúa entre septiembre y octubre de 1765, cuando Rousseau, intentando escapar de una multitud enardecida, se refugia en una isla casi deshabitada donde se le revela la subjetividad. Ese movimiento de autoconciencia permite a Rousseau experimentar una desocupación sublime en su interior: “Libre es quien logra conquistar la despreocupación” cuando “descubre que es el hombre más inútil del mundo”. Producto de esta maniobra de evasión escribiría Ensoñaciones de un paseante solitario, en el que —según el filósofo alemán— se produce el big bang de la poesía de la subjetividad moderna, que de inmediato devino en “filosofía de la libertad”. A partir de ese momento, sólo será verdaderamente libre aquel que dirija su atención hacia sí mismo y logre que el sentimiento de la existencia empiece a fluir en su interior.
En función de esas dos figuras, los miembros de las culturas occidentales experimentan dos formas de falta de libertad (Unfreiheit): una es la “opresión política”, la otra, la ”aflicción a la realidad”. En el camino, Sloterdijk recuerda que una revolución antitiránica es una “cooperación de estrés máxima” por parte de los dominados para eliminar una carga que se ha vuelto insoportable a través de la dominación. Las revoluciones estallan cuando los colectivos vuelven a calcular intuitivamente su nivel de estrés y llegan a la conclusión de que es más duro vivir sometidos previniendo el estrés, que el estrés que provoca rebelarse. De ahí que los despotismos blandos sean los más duraderos: no ofrecen motivos a los súbditos para hacer tales cálculos al compensarlos con gratificaciones bajo el yugo de la subordinación. Como en Beckett, se vuelve entonces necesaria una falta de relación con el rendimiento (una no contribución al sistema) para que “la libertad [se convierta en] disponibilidad para lo improbable”.
Sloterdijk propone entonces defender la libertad bajo el significante liberalidad —antes que liberalismo, que remite a una vida de codicia— en tanto signo de la simpatía por todo aquello que nos libere de cualquier tipo de despotismo, es decir, sin dejar de atender a que “la libertad es demasiado importante para dejarla en manos de los liberales”.
Peter Sloterdijk, Estrés y libertad, traducción de Paula Kuffer, Ediciones Godot, 2017, 88 págs.
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