Otra Parte es un buscador de sorpresas de la cultura
más fiable que Google, Instagram, Youtube, Twitter o Spotify.
Lleva veinte años haciendo crítica, no quiere venderte nada y es gratis.
Apoyanos.
¿Es siquiera canto? ¿No es, tal vez, chillido?, se pregunta el narrador de “Josefina la cantora”, el cuento de Franz Kafka sobre la música en una comunidad de ratones. Estos interrogantes bien podrían resultar triviales o de respuestas subjetivas si no fuera porque, en el fondo, cuestionan la mismísima noción de identidad. Entre el lenguaje articulado y el mero sonido, entre el sentido y el ruido, entre el sujeto y la bestia, lo viviente se rebela para cuestionar toda división axiomática y plantear su ambigüedad como potencia y porvenir.
En la literatura, históricamente los animales tuvieron una función metafórica o alegórica. Entendidos como lo otro, lo diferente, o como una realidad inferior en nuestra cadena evolutiva, su presencia sirvió como vehículo para las significaciones humanas y su habla fue canal para la ideología. Las fábulas infantiles, en este punto, constituyeron quizá el caso más emblemático del simbolismo animal y sus cristalizaciones morales o pedagógicas edificantes, aunque también la animalidad entendida como entidad carente cristalizó un discurso legitimador de la violencia y la explotación.
El cambio de perspectiva llegó con la crisis del humanismo en Occidente y es desde aquí desde donde Julieta Yelín escribe La letra salvaje. La autora analiza el derrumbe de la metáfora animal y la apertura hacia nuevas formas de percepción y sensibilidad. Según su hipótesis, después de la Segunda Guerra Mundial se produjo un giro en el que “el animal exterior y ontologizado fue vaciado de sus atributos convencionales y convertido en una herramienta crítica y creadora poderosa”. Junto con este cambio de paradigma, lo que aconteció fue el olvido del individuo. La animalidad negada por y en el hombre surgió, entonces, bajo nuevos modos antirrepresentacionales.
Focalizado en Kafka y su recepción en Latinoamérica, el libro luego da lugar a los herederos teriomorfos. Las abejas de César Aira, las ratas de Copi, el cocker de Virginia Woolf, los bestiarios de Juan José Arreola o de Wilson Bueno, la cucaracha o el búfalo de Clarice Lispector o el jaguar de Jõao Guimarães Rosa se suceden para dar cuenta de las sucesivas metamorfosis. Autores disolutos, sus textos desdibujan los significados unívocos para dar rienda suelta en sus bichos a la polisemia: lejos de responder al concepto dominante de hombre, sus personajes tampoco son animales, por lo que la duda se instala.
De fronteras lábiles y cada vez más permeables, las relaciones abandonan el fetichismo o la psicología para entrar en el terreno del devenir animal, “un circuito de estados que forma un devenir mutuo” tanto en la forma como en el contenido. El discurso, al igual que la canción de Josefina, se descentra en graznidos y se disuelve en la indeterminación. Sin origen preciso ni afirmación de sentido, lo neutro declara la precariedad de lo humano: el yo ya no tiene arraigo.
Julieta Yelín, La letra salvaje. Ensayos sobre literatura y animalidad, Beatriz Viterbo Editora, 2015, 198 págs.
¿Qué es una seguridad progresista? Esa es la pregunta que se hace la antropóloga y ex ministra de seguridad Sabina Frederic en su más reciente libro, y...
Manuel Quaranta pertenece a esa rara y afortunada especie de escritores que sólo se sienten escritores cuando escriben. Contrario al autor profesional (estirpe Vargas Llosa) que tiene...
Diez años pasaron desde la muerte de Tulio Halperin Donghi, el gran historiador argentino. La producción historiográfica de Halperin Donghi, discípulo de Fernand Braudel y de José...
Send this to friend