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Hace ya tiempo que Silvio Mattoni escribe en torno a una saga familiar improbable: improbable porque participa tanto de lo autobiográfico como de la dimensión imaginaria de una verdadera creación poética. El desafío de esta escritura es la construcción de una prueba material de la existencia, del lado de la memoria escrita, de la huella efectivamente existente del paso de las experiencias y su saldo, al mismo tiempo que pone a prueba, justamente, la interrogación acerca de qué es lo que puede pasar de un campo al otro: del de la experiencia vivida al de las palabras, y viceversa, habida cuenta de que esa transposición es desde el inicio un imposible, si no una trampa.
Así, lo que resiste, siempre y en todo caso, es la nominación: una lista de nombres que se repiten con insistencia como índices de realidad, pero sometidos a mutaciones. Lo que se pone en juego también, cuando se trata de la vida y de las palabras, es el amor de lo que huye. Porque una de las cosas más mutables en esa metamorfosis de la vida son las personas, los acontecimientos que esas nominaciones recubren, lo que se agudiza más cuando se trata de los hijos y de su crecimiento.
En Avenida de Mayo, la poesía se despliega como una investigación en torno a algo que rodea lo que hay y que es, propiamente hablando, lo que no está, o lo que está sin estar: hálito, aliento, aire o psique, ese algo circula entre los cuerpos, entre los seres, y les da no un aura, pero tal vez un borde que permite, efímeramente, retratarlos en poema. Y al mismo tiempo, eso es intangible, es indiscernible, es imposible de localizar. De allí el movimiento circular de algunos poemas y su aire casi melancólico.
Porque si la vida infante es esa inmediatez, un olvido de sí que nace en la suma de sensaciones que surge en un instante y al siguiente se olvida, a pesar de escribirse un libro como casi un diario de la relación padre-hijo, hay distancias imposibles de salvar: la experiencia y las palabras, el infante y el hombre que en mitad de su vida mira desde la muerte, se registran en archivos diferenciados.
En esos intersticios es donde Mattoni ve inscripta, pero como incertidumbre, tanto la paternidad, una paternidad en vilo, como la tarea de la escritura poética. A la vez que se sostiene en el tiempo, que crece de manera sorprendente en cada nuevo libro, da cuenta, cada vez más, del fracaso de la poesía como intermediación ante la vida que pasa: entre la experiencia y la tarea del poeta, la grieta insalvable dice, no que no se puede escribir, ni que no se puede escribir la experiencia, sino que la nuda vida, en su carácter de tal, es siempre un más allá del que la poesía no es sino una parte, la parte de impotencia de la razón frente a la contundencia de la materia viviente. El poema se salva del archivo como cristalización por su movimiento, su exuberancia, su plus específico, en el que se deja ver, sin lugar a dudas, el tono inconfundible de la música de la que Mattoni ha hecho su firma indeleble: “[…] Nace todo / lo que vemos y olemos ahora mismo / caminando y viajando, aunque enseguida / se disipe y después no podamos ya nunca / dejar de mirar lo que pasó, lo detenido / entre dedos desnudos sobre la arena tibia. / Volveremos al mar que seguirá / fijado en su expresiva letanía / como diciendo de memoria un verso / que nunca encuentra otro. […]”.
Silvio Mattoni, Avenida de Mayo, Editorial Nudista, 2012, 60 págs.
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